¿Por qué somos más felices en la edad madura?

Tras décadas de investigaciones, parece correcto concluir que los elementos que más contribuyen a la felicidad siguen siendo los que llevan siglos en boca de los sabios: la gratitud, el perdón, la compasión, saber disfrutar de las cosas pequeñas que nos acompañan a diario y tener una red de afectos no necesariamente amplia pero sí sólida. Es lógico que antaño se supiese de forma intuitiva lo que las investigaciones actuales miden de forma más concreta, porque el ser humano sigue siendo el mismo desde hace miles de años. Varía el entorno, varían las costumbres y las expectativas, pero seguimos dependiendo de qué lado de la balanza se sitúa nuestro cerebro empático y nuestros miedos cuando se debate a diario entre la necesidad de sobrevivir y el deseo de colaborar y de amar.

Es importante recordarnos que casi la mitad de nuestra felicidad depende de nuestra actitud. La felicidad requiere un esfuerzo que no siempre estamos dispuestos a hacer, pero cuando lo hacemos, la recompensa -a la que va ligada un incremento en los niveles de felicidad individuales y colectivos- es llamativa. De hecho, según las investigaciones clásicas sobre la felicidad, las personas optimistas y agradecidas son más felices, y no sólo se sienten mejor en lo emocional sino también en lo físico: tienen menos accidentes cardiovasculares y sistemas inmunológicos más resistentes; superan mejor la adversidad; trabajan de forma más eficaz; resuelven con mayor competencia los conflictos y ganan más dinero. En definitiva, cuando logramos que los demás sean más felices incrementamos nuestras propias posibilidades de serlo también.

Pero ¿y por qué la gente tiende a ser más feliz en la edad madura?

Sólo podemos barajar hipótesis, pero algunas son bastante convincentes. Sostenía el filósofo William James: “Qué agradable es el día en el que dejamos de esforzarnos por ser jóvenes o delgados “, y desde luego parece que con la edad las personas suelen aprender a aceptar sus fortalezas y sus debilidades, liberándose de una parte de frustración y de ambición. Muchos aprenden a disfrutar de todo aquello que está realmente a su alcance y dan más importancia a uno de los elementos clave en el cómputo de la felicidad: las relaciones con los demás. Y es que, como decimos, la edad suele jugar a nuestro favor en el cómputo del felicidad. No son las arrugas ni los achaques, evidentemente, los que pueden hacernos más felices con la edad, sino los cambios internos que se dan en la forma de enfrentarse a la vida. Si hemos aprendido algo a lo largo de los años, ahora tendremos más probabilidades de ser más efectivos resolviendo conflictos, de aceptar mejor los reveses de la vida, de sentir más compasión por los demás, de encajar mejor las críticas (nos entristecen igual, pero sentiremos menos ira), de tener menos ambiciones angustiosas: de disfrutar, por tanto, más de lo que tenemos, aunque sea sencillo… Además, si envejeces bien estarás más centrado en el presente, y eso te dará mucha felicidad.

Fuente: Elsa Punset (*)
Foto: Google imágenes

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(*)
Elsa es licenciada en Filosofía y Letras, Máster en Humanidades por la Universidad de Oxford y en Periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid. Es asimismo Máster en Educación Secundaria por la Universidad Camilo José Cela de Madrid.Directora de contenidos en el Laboratorio de Aprendizaje Social y Emocional (LASE). En 2012, lanzó su bestseller “Una Mochila para el Universo” editado ya en catorce países, y de donde procede el contenido de este artículo.

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