Circulan muchos mitos sobre los problemas derivados de consumir leche. Las evidencias ya son otro cantar. La leche ha sido un elemento básico de nuestra cesta de la compra. Hoy sigue formando parte de los hábitos alimentarios de millones de personas, sin embargo, una cierta propaganda adversa ha ido haciendo mella en su popularidad.
Las afirmaciones que se han hecho han despertado preocupación en algunos consumidores, que ya no la tienen por un producto saludable y seguro y que han ido sustituyéndola por sucedáneos, como las leches de cereales, o directamente eliminándola de su dieta.
Entre los extremos más alarmantes, se ha afirmado que la leche está relacionada con cánceres como los de ovario. También que más que contribuir con su calcio a fortalecer nuestros huesos pueden causar el efecto contrario. Del mismo modo, se ha exagerado su impacto sobre la obesidad y el aumento de colesterol. Alguna de estas creencias ha llegado a estar muy extendida, pese a carecer de un fundamento sólido, como el de que el consumo de leche repercutía negativamente en la mucosidad y contribuía a desarrollar asma en los niños.
Lo curioso de este caso es que muchas veces, para desacreditar a la leche, se ha recurrido a argumentos cuanto menos pintorescos. Por ejemplo, que somos el único mamífero que toma leche en la vida adulta (en realidad, lo que somos es el único capaz de organizar una producción sostenida de la misma mediante la ganadería) o que si hay tanta gente que no la digiere bien es porque es una especie de veneno para nuestro cuerpo y no porque algunos organismos, por herencia genética principalmente, procesen peor la lactosa. Se trata, por lo general, de razonamientos que no resisten demasiado cotejo científico y que hay que tomar siempre con total escepticismo.
Esto no significa que no existan ciertos estudios alimentarios que hayan detectado ciertas correlaciones entre un elevado consumo de leche y ciertos problemas de salud. Pero hay que tener claro que un análisis serio de este tipo nunca concluye con un titular efectista como los que nos hemos acostumbrado a ver en la prensa y las redes sociales.
Por ejemplo, en el caso arriba citado de quienes señalan que la leche incrementa el riesgo de cáncer, lo primero que hay que decir es que no hay evidencias solventes de ningún tipo. El origen de la afirmación es un estudio de la Escuela de salud pública de Harvard que indica sencillamente que si bien el calcio y los lácteos podrían reducir el riesgo de cáncer de colon, un alto consumo de estos alimentos podría aumentar el de próstata y ovario. Pero, para empezar, hablamos de ingestas muy altas. Y, además, de una pequeña correlación, no de una relación causa-efecto probada ni mucho menos. Por lo que podría deberse a otras causas, además de que no se ha observado en ningún otro estudio. Hay que evitar pues sacar grandes conclusiones de él, como han hecho algunos con ganas de probar su tesis.
En otras ocasiones, se citan estudios que apuntan en una dirección…y se olvidan oportunamente los muchos más que señalan en la opuesta. Ocurre en el caso de las investigaciones sobre leche y osteoporosis: por cada uno que establece esa relación, existen cincuenta que dicen lo contrario.
El consejo que se deduce de todo lo expuesto es el que ya en otras ocasiones hemos ofrecido: si le gustan los lácteos y no tiene problema alguno para digerirlos, puede consumirlos con total tranquilidad. Como con cualquier otro alimento, hágalo con moderación, como parte de una dieta variada y rica en distintos nutrientes y benefíciese de las virtudes que sí se han probado que tienen.