Los mayores son uno de los objetivos principales de personas sin escrúpulos. Falsos técnicos de compañías de gas y luz, timadores profesionales y hasta policías de pega están al acecho. Se aprovechan la buena fe y el desconocimiento de sus víctimas para sacarles el dinero, cobrarles por conceptos inventados y, en el peor de los casos, desvalijar sus hogares.
Tanto es así que hasta los cuerpos policiales han tenido que lanzar avisos sobre ciertas formas recurrentes de operar. Por ejemplo, para advertir del auge de inspecciones del gas que son solo un engaño a los consumidores. Sacando partido de la obligación periódica de revisar la instalación, estos desaprensivos fingen ser operarios de la compañía que visitan la casa y emiten el boletín que la compañía exige cada cinco años para mantener el suministro. Dejando de lado que los verdaderos operarios son anunciados debidamente por carta, la clave para desenmascararles es que nos exigen que paguemos al terminar el presunto servicio. Sin embargo, eso nunca ocurre con las visitas auténticas, pues a menos que sea un técnico que hayamos hecho venir nosotros, los de la compañía se nos carga a través de la factura.
La amenaza o coacción es otro de los recursos de esta clase de gente: asustar con el corte del suministro si no se les abre la puerta o paga el servicio. Además, muchas de las bandas que se dedican a esto no escatiman en detalles: llevan incluso uniformes, acreditaciones y certificados que podría perfectamente usar un operario oficial. En los timos más elaborados llegan al extremo de concertar citas por teléfono. Pero en cualquier caso, la clave está en no soltar ni un céntimo a nadie (a menos, claro está, que seamos nosotros quienes hayamos contratado el servicio con un instalador autorizado). Pero aún teniendo claro esto, hay que extremar la prudencia, pues pueden aprovechar que les damos acceso a casa para realizar hurtos y sustraernos dinero y objetos valiosos al primer descuido.
Otro ejemplo de estafa doméstica muy extendida es el de los comerciales que venden a domicilio mercancías que una vez suscritas nunca llegan a su destino. Los vendedores pueden ser personas muy persuasivas, ofrecer productos realmente interesantes y con ofertas que nos parezcan atractivas. Pero no admita presiones para firmar nada, no entregue sus datos, ni pague nada en efectivo o tarjeta sin haber dispuesto de tiempo para meditarlo y también de comprobar que los datos facilitados son reales o, simplemente, de que no hemos hecho una compra impulsiva.
Los perjudicados de todas estas estrategias, claro está, son los verdaderos comerciales, que los hay, y que ven crecer los recelos de sus posibles clientes. Pero no sólo eso: hay casos extremos en los que los suplantadores han llegado a hacerse pasar por policías para forzar la entrada en una vivienda. Son motivos suficientes como para andarse con pies de plomo y no abrir la puerta a nadie que no consiga identificarse de una forma convincente e inequívoca.