Viejos vínculos, nuevas estrategias

Hay hechos categóricos que constatan la transformación del modelo familiar en los últimos años. El clásico cuadro formado por un matrimonio con varios hijos, compartiendo vecindad con parte de la familia y con la mujer ocupándose de los niños y la casa ha dejado de ser hegemónico. Sin embargo, tampoco cabe el tremendismo: nuevas formas de vivir la experiencia familiar siguen enraizando entre nosotros.

La incorporación de la mujer al trabajo es un punto de inflexión. Y aunque tenga un sesgo muy positivo, sin alguien que pueda ocuparse de ella de forma exclusiva, resulta más difícil atender a una numerosa prole. El frenesí de la vida urbana, el aumento del tiempo que cuesta franquear distancias en las ciudades o las dilatadas jornadas de trabajo son otros elementos que conspiran contra la cercanía entre padres o nietos y abuelos. Además, fenómenos como la separación, la paternidad solitaria o las parejas sin hijos son cada vez más admitidos socialmente y, en consecuencia, más personas optan por ellos cuando lo consideran oportuno.

Pero no hay razones para pintar un panorama catastrofista. Porque la familia ha cambiado de composición, función y rol de sus miembros a lo largo de la historia, pero ha resistido como institución y se ha fortificado como principal núcleo de apoyo afectivo y económico de sus integrantes. Y, aunque evidentemente haya formas más satisfactorias que otras de vivir esa experiencia y convenga que la sociedad en su conjunto se plantee las maneras de facilitar el cultivo de esas relaciones, la gran mayoría de las personas vence las dificultades y se las ingenia para que los lazos entre parientes sigan siendo estrechos y fructíferos.

Se trata, sin duda, de un rasgo cultural sentido de forma muy honda. Y es que mientras en algunos países del norte de Europa la vida familiar es más laxa y sus miembros viven de manera más independiente, en los países mediterráneos de Europa o en Sudamérica, por poner ámbitos que nos resultan cercanos, las convulsiones de la modernidad no han bastado para liquidar la implicación que muchos sienten para con los suyos. La familia, ese referente básico de solidaridad y amor compartido, se adapta, se recombina, se transmuta, pero persiste a toda costa.

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