Hoy hacemos uso de la meditación navideña* de la filosófa y Carmelita Edith Stein, que nos parece un texto útil para rezar, pero también para entender mejor qué ha significado en la historia de la humanidad la venida de Cristo.
Según se desprende del texto de Stein (Teresa Benedicta de la Cruz), “todos en la vida necesitamos hacer un alto en el camino, especialmente cuando vamos a celebrar un acontecimiento importante. Para un cristiano el acontecimiento más importante es, sin duda, la Navidad”. Esto nos parece una formidable manera de arrancar.
“La Navidad es una fiesta de amor y de alegría”, un dejarnos conducir “hasta el pesebre donde se encuentra el Niño que trae la paz a la tierra”. No se trata exclusivamente de un hermoso sentimiento, sino de abrir los ojos frente a los valores fundamentales de la vida: el amor, la alegría y la paz. Seguramente todo hombre anhela eso para su vida, y nosotros también. El problema surge cuando la persona está desorientada y no sabe realmente lo que significa eso, o cuando se deja cegar por su egoísmo. El misterio de la Navidad, nos recuerda, en primer lugar, lo que merece la pena, lo que da sentido a nuestra vida, a la existencia de todo ser humano. Para nosotros estos conceptos tienen un rostro, aparecen encarnados en el Niño Dios.
La estrella de Belén es, más que nunca hoy, una estrella en la noche oscura. El misterio del mal nos sigue acechando y somos esclavos y víctimas del mismo.
Entonces, ¿de qué ha servido la venida de Cristo? Y quizás la respuesta sea ésta: “las tinieblas cubrían la tierra y Él vino como la luz que alumbra en las tinieblas, pero las tinieblas no lo recibieron. A aquellos que lo recibieron, les trajo la luz y la paz: la paz con el Padre celestial, la paz con todos aquellos que igualmente son hijos de la luz y del Padre celestial….”
Aquí tendríamos otro elemento para interrogarnos personalmente: ¿vivimos esa paz? Y la respuesta nos ayudará a valorar si realmente hemos acogido en nuestras vidas al Niño de Belén: ¿le hemos dado posada? ¿con él nos comportamos como los pastores o los magos? ¿o como Herodes y los escribas y fariseos?
Navidad: adentrarnos en la vida de Jesús
“Dios se hizo Hijo del hombre para que todos los hombres llegaran a ser hijos de Dios (…) Solo esta frase tendría que ser más que suficiente para que captásemos las profundas implicaciones del misterio de la Navidad en nuestra vida”,. Edith subraya cómo la encarnación de Jesús pone en evidencia el destino de toda la humanidad: todos somos uno, somos seres solidarios; el dolor de uno es mi dolor porque es mi hermano. Cristo no sólo nos ha redimido del pecado, sino que nos vuelve a dar la buena noticia de que todos los hombres son hermanos, porque todos son hijos de Dios.
Resulta iluminadora esta afirmación de Edith: “Todos los que pertenecían al Señor llevaban de un modo invisible el Reino de Dios dentro de sí. La carga terrestre no les fue quitada, incluso se les añadió algo más, pero lo que encerraba en sí era una fuerza alentadora que hacía el yugo suave y la carga ligera. Lo mismo ocurre hoy en día con todo hijo de Dios. La vida divina que se enciende en el alma es la luz que surge en las tinieblas, el milagro de la Nochebuena. El que la lleva consigo comprende lo que se dice de ella. Para los otros, sin embargo, todo lo que se dice de ella es un balbuceo ininteligible.” Y habría que añadir: “Solo sabemos que aquellos a los que el Señor ama les sucede todo para su bien”
Para vivir siempre en el espíritu de la Navidad
En la última parte de esta conferencia Edith ofrece dos caminos que pueden ayudar a vivir, descubrir y comprometer la Navidad. “En la eucaristía y en la oración nos encontramos cara a cara con el Niño Dios, con su palabra, con su persona. Él nos sostiene y da la certeza interior de que podemos vivir según su voluntad. Pero eso ya es tarea y responsabilidad de cada uno”, añade este especialista en la obra de la santa carmelitana.
El Carmelita Sancho Fermín propone algunas cuestiones para la reflexión personal, cómo por ejemplo ¿Qué estrellas puedes identificar en tu vida, y hasta dónde te han llevado? ¿Las has seguido hasta el final, o simplemente por un tiempo? ¿Qué es lo que te ha retenido para seguir con libertad esas estrellas?
Extracto del texto de Edith Stein:
Nos encontramos en medio del tiempo navideño. La gran solemnidad, que nos ha precedido como una estrella luminosa en el oscuro cielo nocturno del adviento, ha pasado, quizás para algunos de nosotros, demasiado deprisa. No ha permanecido en silencio como la estrella sobre el pesebre de belén. Ha pasado como un susurro y quizás permanecimos asustados porque no pudimos comprender o sacar nada en limpio de lo que nos quiso y pudo traer.
Resulta ciertamente consolador que la Iglesia tenga en cuenta, al igual que una buena madre, la debilidad de sus hijos y que haya previsto un buen número de semanas para el tiempo natalicio. Así se puede aún recuperar algo de lo que se ha perdido; e incluso para hoy no se me ocurre nada mejor que el que permanezcamos un poco en silencio y volvamos la mirada a las semanas pasadas.
Cuando los días se hacen cada vez más cortos y comienzan a caer los primeros copos de nieve, entonces surgen tímida y calladamente los primeros pensamientos de la Navidad. Y de la sola palabra brota un encanto, ante el cual apenas un corazón puede resistirse.
Incluso los fieles de otras confesiones y los no creyentes, para los cuales la vieja historia del Niño de Belén no significa nada, se preparan para esta fiesta pensando cómo pueden ellos encender aquí o allá un rayo de felicidad. Es como si un cálido torrente de amor se desbordase sobre toda la tierra con semanas y meses de anticipación. Una fiesta de amor y alegría –ésta es la estrella hacia la cual caminamos todo en los primeros meses del inverno–.
Para los cristianos, y en especial para los católicos, tiene un significado mayor. La estrella los conduce hasta el pesebre donde se encuentra el Niño que trae la paz a la tierra. El arte cristiano nos lo presenta ante nuestros ojos en numerosas y tiernas imágenes; viejas melodías, en las cuales resuena todo el encanto de la infancia nos cantan de él.
En el corazón del que vive con la Iglesia se despierta una santa nostalgia con las campanas del “Rorate” y los cánticos del Adviento; y en aquel en quien ha penetrado el inagotable manantial de la santa liturgia, palpitan día a día las exhortaciones y promesas del Profeta de la Encarnación: ¡Caiga el rocío del cielo y que las nubes lluevan al justo!; ¡El Señor está cerca! ¡Venid, adorémosle! ¡Ven, Señor, no tardes! ¡Alégrate Jerusalén, exalta de gozo porque viene tu Salvador!. Desde el 17 hasta el 24 de diciembre resuenan las solemnes antífonas “Oh” del Mangificat, cada vez más ansiosas y fervorosas: He aquí que todo se ha cumplido; y finalmente: Hoy veréis que el Señor se acerca y mañana contemplaréis su gloria.
Precisamente cuando al atardecer se encienden las velas del árbol y se intercambian los regalos, una nostalgia de insatisfacción nos impulsa hacia afuera, hacia el resplandor de otra luz, hasta que las campanas tocan a la Misa del Gallo y –Cuando todo permanece en profundo silencio– el misterio de la Navidad se renueva sobre los altares cubiertos de flores y de luces: Y el verbo se hizo carne. Ésa es la hora de la plenitud: Hoy los cielos se han hecho melifluos para todo el mundo.”
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(*) Esta meditación de Edith Stein (1891-1942) es una conferencia que impartió en la ciudad alemana de Ludwigshafen a los miembros de la Asociación Católica Universitaria, el 13 de enero de 1931.