Siempre que viajo

Fui sola a Inglaterra. En el aeropuerto de Londres me esperaba una antigua amiga afincada en el país desde cuarenta años atrás y mis ánimos estaban henchidos de maravillosas expectativas que iban a suceder en paisajes llenos de frescura por lo que incluí en mi equipaje chaquetas y jerséis, que no pude lucir pues el bochorno inglés no lo permitió. Eso sí, me calé hasta los huesos en las ocasiones en que la lluvia arreciaba y me dejaba empapada hasta que el sol secaba mis ropas mientras el pelo, bien peinado para seducir a ingleses de la tercera edad, parecía una escoba despeluzada.

Pero no todo fue malo. Visité hermosos lugares que me llenaron de satisfacción si no lo hubiera estropeado el suceso ocurrido a la vuelta de nuestro viaje a Edimburgo acompañadas de una preciosa perrita de diez años de la que era dueña mi amiga y que nos acompañaba a todas partes. Sobre esto, he de decir, que los ingleses están OBLIGADOS a llevar una bolsita cuando sacan a pasear a sus mascotas para recoger los desperdicios que los ignorantes animalitos esparcen durante el paseo.

Como decía, cuando volvíamos de nuestro viaje a Escocia, paramos en un aparcamiento, que allí se llaman ”Services”, y mi amiga me pidió que llevara a la perrita a pasear mientras ella acudía a lo que nosotros llamamos Servicios.

Como no encontré a mano ninguna bolsita, fiada de que el animalito sólo tenía líquido en su interior, me acerqué a un descampado cercano al aparcamiento pero ¡horror!, la perrita desahogó sus intestinos ¡y yo sin bolsa! Unos gritos repetidos me llenaron de terror: ”¡Excuse me, excuse me!”, y confundida vi a una mujer que me hablaba con palabras incomprensibles aunque tampoco era necesario ser Shakespeare para comprenderlas; eran lo suficientemente explícitas para saber que me indicaba hiciera uso de una bolsita y recoger el desaguisado.

Sonrojada ante las miradas de otros espectadores, intenté hacerles comprender, chapurreando mi inglés, que sólo podía hacer uso de mis manos, así que, con cierta valentía, me acerqué a nuestro vehículo donde cogí unos ”kleenex” y, rápidamente, tiré a la papelera la prueba del delito.

El suceso amargó mis vacaciones. Me sentí impotente en un país donde no podía defenderme y en el que casi me lapidan por no recoger, a tiempo, una ”caca” de perro. Es seguro que si vuelvo a Inglaterra, mi equipaje incluirá un montón de bolsitas de plástico vacías por si acaso. Eso que no lo dude nadie.

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