En mis propias carnes

He sido Conserje de un cuatro estrellas durante más de 35 años, y creía haber visto ya todo lo habido y por haber, pero no era así y lo que me ocurrió, lo sufrí en mis propias carnes.

Entre otras muchas obligaciones, está la de advertir al turista (cliente, huésped, extranjero, etc.) sobre la necesidad de prestar más atención de lo normal, tanto en el hotel como en el exterior, para evitar robos, que además de lo económico, nos estropean las vacaciones.

Pues decido ir a Rusia, Moscú, en viaje turístico, con un pequeño grupo de españoles. Llegamos al hotel bien tarde y además con el cambio de hora, dormiríamos poco, pues teníamos prevista salida a día siguiente, muy temprano para la primera visita a la ciudad. Se me ocurre preguntar por una caja de seguridad y me ponen tantos inconvenientes, que decido dejarlo para el día siguiente. Pero, además, pregunto por cambio de monedas para tener efectivo en la primera excursión. Ese trámite lo llevé a cabo en una pequeña agencia de cambio en el propio hotel, que dicho sea de paso, era de 1.000 habitaciones.

Me llamó la atención que en cada ala del Hotel, había 8 ascensores, delante de los cuales y al estilo ”gorila de discoteca” había sendos ”tiarrones” que más que quitar, daban miedo.

Subo a mi habitación a instalarme, era una doble uso individual, pues iba solo, dejo sobre el mueble escritorio todos mis efectos personales, incluyendo la ”riñonera” con todo mi dinero; no había nada que temer, pues estaba en una 10ª planta, eché mi cadena a la puerta, una buena ducha (salía el agua con tanta fuerza, que la ”alcachofa” se salio de la manguera, mojando incluso el techo). A dormir, que disponía de poco tiempo para descansar.

A la mañana siguiente, sonó un despertador algo raro a través del teléfono y sin pensarlo, di un salto y me dirigí hacia el baño. Como éste quedaba junto a la puerta de entrada, mis ojos se posaron en ésta con gran estupefacción, pues la cadenita se veía en dos pedazos. Temiéndome lo peor busque la cartera y todo el dinero ”voló” (dólares americanos, y la moneda del país que cambié el día anterior, otros 100 $).

Bajé a desayunar y contacté con Elena, la guía. No daba crédito a mis palabras. Tras el desayuno, fuimos al Dpto. de Seguridad del Hotel (yo más bien diría Inseguridad). Subimos a la habitación. Comprobaron la cadena rota y entre ellos hablaban y me miraban. Fue una mañana perdida en la Policía (vieja, destartalada, lúgubre y deprimente). Al final, me dijo la guía que ellos pensaban que yo había montado el ”show”.

Fin de la historia: A partir de ahí, me lo pase lo mejor que pude, junto con dos matrimonios sevillanos con los que hice gran amistad.

Moraleja: no te fíes de las cadenas, pero no te amargues las vacaciones.

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