Mujeres ¿liberadas?

Hoy se celebra el Día Internacional de la Mujer, un momento que lleva a expertos de diferentes campos a lanzar a la luz pública cifras y estadísticas que indican que la mujer, poco a poco, continúa su acercamiento a la equiparación social, laboral y personal con el hombre. Un camino lleno de paradojas, como el hecho de que mientras las mujeres ganan más del 20% menos que los hombres y ocupan un número considerablemente inferior de puestos de responsabilidad en las empresas, resulta que están sufriendo menos el paro que los hombres. Igualmente paradójico resulta que, a pesar de la progresiva incorporación de la mujer al trabajo y de la asunción por parte de la población masculina, también progresiva aunque renqueante, de las labores del hogar y del cuidado de la familia, hoy por hoy la mujer sigue siendo la que en la mayoría de los casos carga con el cuidado de las personas dependientes, manteniéndose en este punto la desigualdad de género.

La cuestión de la desigualdad de género es uno de los puntos que destaca el estudio ‘El cuidado de las personas: Un reto para el siglo XXI’ realizado para la Obra Social de La Caixa por Constanza Tobío y María Victoria Gómez, sociólogas de la Universidad Carlos III. Y es que, como ha señalado la profesora Tobío, el sistema de dependencia avanza hacia “un modelo que no mira al futuro y mantiene la desigualdad de género”. Los datos no dan lugar a duda: el 83% de los cuidadores de personas dependientes son mujeres, y de ellas el 20% de más de 65 años y casi un tercio ha cumplido ya los 60. El perfil más repetido de estas cuidadoras es el de estar casada, con estudios primarios, sin ocupación remunerada y, en un 40 por ciento de los casos, ser la hija del afectado. Además, en un 77,2 por ciento de los casos realiza un cuidado permanente.

Para Tobío, los cambios sociales como la incorporación de la mujer al mundo laboral y el progresivo aumento de la esperanza de vida son factores que deben obligar a exigir “un nuevo modelo de cuidado que supere el papel tradicional de la familia y, básicamente, de la mujer como trabajadora”, y para ello es necesario “habilitar infraestructuras y servicios de apoyo profesional, que actualmente son deficitarios”. Según las cifras de las que se dispone, la cobertura de servicios de atención a domicilio o residencias no llega al 5 por ciento y en los centros de día apenas se sitúa en el 0,8 por ciento. Esta falta de recursos para la atención, junto con la tendencia tradicional del cuidado familiar, están provocando que “las ayudas económicas de la Ley de Dependencia para las familias supongan el 51 por ciento de las prestaciones”, a pesar de que éstas estén contempladas por la Ley como una excepción para aquellos casos en los que la red de servicios públicos no esté disponible.

En este estudio, que corresponde al volumen 28 de la Colección de Estudios Sociales de la Fundación La Caixa, también se hace referencia a la necesidad de una serie de programas de apoyo para poder hacer frente a “los efectos y las consecuencias negativas del cuidado”, lo que ya se viene a denominar como “síndrome del cuidador quemado”, que en definitiva son los efectos sobre la salud (estrés, alteración del sueño, mayor consumo de fármacos…), las consecuencias socioeconómicas (los gastos familiares aumentan y en ocasiones se produce la pérdida del empleo femenino), los problemas psicológicos y psicosociales (ansiedad, depresión, falta de libertad…) y los efectos sobre las relaciones familiares, de pareja y sociales.

La realidad es que cada vez es más difícil continuar con un modelo en el que la familia, y especialmente las mujeres, son las responsables de cuidar a sus miembros dependientes. De momento pervive en las sociedades mediterráneas pero parece irremediable tomar el camino ya emprendido por países como Dinamarca y Países Bajos, donde sólo el 4% de los hogares asume esta labor.

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