Libros, sí; pero… ¿electrónicos?

Probablemente este sea el tercer año consecutivo en el que los e-books se convierten en uno de los regalos más deseados, comprados y recibidos durante las fiestas de Navidad. Tanto es así que, en muchas casas se ha repetido la misma imagen: bajo el árbol se encontraba un sobre (o varios) con un vale para el Kindle de Amazon, que todavía sigue agotado hasta finales de mes.

Los mayores también lo han pedido. Y es que resulta evidente que es extremadamente cómodo llevar infinitos libros en menos espacio de lo que ocupa uno en formato tradicional. Por no hablar de la importante diferencia de precios que existe entre los libros electrónicos y los impresos. Todo parece indicar, por tanto, que no es ninguna tontería pedirle a los Reyes uno de estos dispositivos; sin embargo, no todo el mundo opina lo mismo y los defensores de los libros tradicionales tienen importantes razones para preferirlos.

Muchas de ellas pueden resultar especialmente interesantes para los posibles compradores senior. Quienes se quejan, lo hacen aludiendo que, habiendo perdido visión, aunque pueden ampliar la letra de los dispositivos, los comandos de uso de los libros electrónicos resultan sin embargo demasiado pequeños. Otros hablan de su fragilidad en unas manos torpes y, los más románticos, de la pérdida de relación física con el libro. De cómo se pierden esos momentos mágicos en los que el libro parece llamarte desde la estantería para darle una nueva hojeada, de su falta de olor, de tacto…

De un modo u otro, lo que parece claro es que, a fin de cuentas es cuestión de gustos y, como defendía hace unos días Oliver Sacks –escritor y neurólogo inglés- en un interesantísimo artículo publicado en New York Times, lo importante es que los libros se puedan encontrar en todos los formatos y que, quienes necesiten libros físicos editados en letra grande -por placer o por necesidad- puedan todavía seguir adquiriéndolos en las tiendas o, por lo menos, sacándolos de algunas bibliotecas.

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