La familia y más allá

Quizás vivimos una época en la que la familiaridad con los difuntos, su peso en el obrar de los vivos y la consideración a su memoria se han debilitado. Pero aún hoy siguen reservándose unas fechas precisas del calendario a la rememoración y la visita de las tumbas.

En algunos casos una festividad cristiana ha reemplazado a una antigua celebración pagana, pero la sustancia del hecho permanece. Es el caso de Halloween, la víspera del día de Todos los Santos, que originaria del mundo celta, tras extenderse por Estados Unidos gracias a los emigrantes irlandeses, procede hoy a conquistar el mundo. Pero la costumbre de los disfraces siniestros y las calabazas linterna son sólo las formas modernas de los rituales de Samhain, festival druídico del fin de la cosecha y velada en la que se debilitaban los cerrojos de las puertas del inframundo. En Irlanda y Escocia los ecos de ese momento culminante del año céltico aún se observan con cenas en las que se pone un cubierto para los fallecidos o se narran historias de los ancestros y cuentos de aparecidos.

En México, también la mezcolanza de tradiciones prehispánicas con otras de sobrevenidas ha producido una de las culturas de culto funerario más ricas y estimulantes del mundo, protegida incluso por la UNESCO. Motivos como los dibujos y figuras de calaveras disfrazadas, o los epitafios satíricos, y los imponentes altares dedicados a los difuntos, con el retrato de la persona rememorada, los cirios, las calaveras de azúcar, los incensarios, las cazuelas con la comida favorita del finado y otros muchos elementos cuidadosamente preparados sirven para recibir festivamente la ánima del ser ausente, que durante un día será de nuevo bienvenido entre los suyos.

Sin embargo, algunos de esos componentes son o han sido comunes a muchos lugares de Europa. El pan de muerto, una suerte de bollo indispensable durante esas fechas, tiene su correlato en los panes de ánimas que hasta tiempos muy recientes se ingerían durante el Día de los Fieles Difuntos en la parte católica del continente. Los panellets catalanes no dejan de ser una evolución de aquella vianda. También era usual en muchas partes del mundo rural llevar a la tumba del familiar algún plato de su agrado o dejar calderos con agua para que se abrevasen los espíritus en tránsito. Por no hablar del espectáculo de los cementerios del este de Europa, polacos en especial, que el primero de noviembre se iluminan con miles de velas, símbolo de cercanía, compañía y guía entre los vivos y los que han traspasado la línea de sombra.  Incluso la costumbre halloweenesca de que los chiquillos anden por los pueblos reclamando dulces no era ajena a nosotros: en Extremadura abuelos, tíos y padrinos daban “los santos” a los niños, mientras que en Asturias recorrían las casas a la búsqueda de alguna dádiva comestible.

Son sólo algunas de las formas, hoy en triste retroceso, de la estrecha continuidad que nuestros antepasados han percibido entre los que viven y los que faltan, y también representa un modo de afrontar el trance de la muerte que la hace menos temible y solitaria. Quizás convendría que recuperásemos algo de todo ello.

Comentarios

1 comentario

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