Ir a piñón

La bicicleta no sólo ha vuelto a nuestras ciudades y gana espacio, sino que se ha convertido en un vehículo chic en el que se inspiran las marcas de moda y que recrean las oficinas de turismo de las ciudades que venden la modernidad como parte de su encanto. Lo hablábamos hace unos meses en este artículo.

Pero la tendencia se ramifica en muchas manifestaciones distintas. Especialmente en lo que concierne al propio objeto que la motiva. Vintage y futuristas, plegables y con motor, las bicis de hoy tienen a un mismo tiempo una función práctica y estética, de movilidad y de declaración de principios.

Y una de las que despierta más amores y también más recelos es el de las llamadas Fixies. La bicicleta fixie se basa en un principio de máxima sencillez: se mueve por un mecanismo de engranaje fijo y sin cambios. Es decir, tiene un solo plato y un solo piñón. Y para moverla hay que pedalear sin descanso: si se detiene el pedaleo, también lo hace la bicicleta.

Se ha difundido que las fixies tienen su origen en los servicios de mensajería neoyorkinos y que, por consiguiente, el perfil de personas que las monta es el de alguien que necesita una herramienta rápida, escurridiza y potente y está en excelente estado forma para moverla. En realidad, los más veteranos en esto de montar recordarán que en los años 60 se comercializaban ya en España bicicletas que permitían optar por el piñón libre o por el fijo. Pero tanto antes como ahora, hay quien lo considera una idea insensata e incómoda. Y no les faltará parte de razón.

Pero hay otra forma de ver las cosas, y es que por la ausencia de esas palancas de cambio, cadenas y hasta freno trasero –innecesario en las fixies- vuelve a estas máquinas muy ligeras y, sobre todo, muy bonitas. Sus cuadros clásicos no se ven afeados por cables, manivelas, superposiciones de platos ni nada que altere su línea. Y, por supuesto, a nadie se le ocurre añadirles guardabarros, luces, cajones de transporte ni ninguna adherencia que rompa esa austera gracia. Es el motivo también por el que coleccionistas, restauradores y usuarios atentos a estos detalles sienten debilidad por ella. Restauradores, sí. Porque otra razón del avance de las fixies es que muchos apasionados del reciclaje encontraron en esta simpleza mecánica una solución perfecta para volver a poner en marcha viejos aparatos. Por consiguiente, el movimiento fixie ha tenido también una componente de militancia ecológica.

Sin embargo, algunos fabricantes han encontrado en el furor por las fixie un filón. Y se han dado a fabricar modelos de indiscutible hermosura, con detalles como cromados de época, sillines y pedales retro, a precios disparados. Un hecho que ha asociado el piñón fijo con justo lo opuesto que pretendía en sus orígenes: el esnobismo.

Lo que cuestan marcas como Giant, BAMF o Focale es una constatación práctica –y dolorosa para el bolsillo- de la ambivalencia de este reciente fenómeno urbano que a poco que paseemos por nuestras calles iremos descubriendo como parece haber llegado para quedarse.

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