Viajes alrededor de un tenedor (o de unos palillos)

Cambiar de aires, ver paisajes conmovedores y ciudades singulares, descubrir gentes, abrirse a nuevas perspectivas de la vida… muchos son los atractivos que motivan un viaje. Pero no nos despistemos. Entre todo lo que apetece hacer cuando se está fuera de casa, mover bien el bigote entra dentro de los anhelos más comunes y comprensibles. A fin de cuentas la gastronomía es cultura; un reflejo extraordinariamente potente de la vida, circunstancias y personalidad de un lugar.

Sin embargo, existen destinos en los que su situación geográfica privilegiada, las vicisitudes históricas, la atención prestada a esa materia y otras variables han elevado la cocina a las cumbres de la excelencia. ¿Qué sitios incluiría el viaje gourmand ideal? Sin duda es una materia delicada que admitiría tantos pareceres como opinantes. Pero, cuanto menos, se puede trazar un recorrido en el que puedan afearse las ausencias pero no las elecciones.

Excluyendo las grandes ciudades, en las que con dinero puede comerse bien y de todo en casi cualquiera de ellas, cualquier periplo sensato que empezara al Sur de los Pirineos haría su primera parada y fonda al otro lado de la frontera. Y más que con una abstracta e inexistente cocina francesa, deleitarse con sus abundantes y maravillosas cocinas regionales, occitanas, vascas, lionesas, alsacianas o normandas.

Cabría luego la posibilidad de bajar por la bota italiana y repetir otro tanto, y descubrir como más allá del tópico, la variedad de la cocina transalpina aporta muchísimo más que pasta y pizza, aunque sobresalgan en sendas preparaciones.

Pero antes de abandonar Europa sería oportuno reparar en una cocina que no es entre nosotros todo lo conocida que merece: la rica mesa húngara, unas isla en medio del mundo eslavo –y por consiguiente con lógicos préstamos de éste- pero también fruto de la convergencia de sus propias  ancestrales costumbres, la potente influencia germánica y la trascendental huella de una corte italiana allá por el siglo XV.

Ya orientados hacia Asia, el subcontinente Indio haría las delicias no solo de los más tragones, sino de cualquier persona sensible a su despliegue de colores y aromas. Mil cocinas y mil matices, todos perfumados de infinitas mezclas de especias. Y prosiguiendo hacia oriente, habríamos de enfrentarnos a la magnitud de la tradición coquinaria China, tan diversa como mistificada en su versión exportada a Occidente vía restaurante económico. Algo más de suerte ha tenido Japón, pese a que ofrezca bastante más que el pescado crudo que todo el mundo conoce y que, justo es decirlo, preparan de manera incomparable. No en vano Tokio es la urbe con más estrellas Michelin del planeta entero.

Quedaría aún cruzar el Pacífico para sumergirse en las dos gastronomías más apasionantes de América: Perú y México. Con un fascinante sustrato indígena, ambas muestran un exquisito equilibrio entre materias primas autóctonas  particulares y las sucesivas aportaciones de todos los que han llegado a sus tierras. Perú, tanto en su cocina popular como en la vertiente Nikkei, puede vanagloriarse de ser la mesa de moda y la más pujante de los últimos años. México sobrevive a la extensión del tex-mex (aunque no tengamos nada que objetarle) y sigue impresionando con productos y elaboraciones geniales que no pueden comerse en ningún otro lado.

Por último faltaría que África hiciera sus aportaciones. Y podría hacerlo con tres cocinas que recogieran la vastedad física y humana del continente: Marruecos, que nos ofrecería el sello árabe pero también el mediterráneo, el crisol sudafricano, en el que hoy ya conviven sus diferentes componentes étnicos (xhosa, afrikáans, anglosajón, indio…) y Senegal o Ghana, como ejemplos destacados de la cocina occidental africana.
¡Buen provecho!>

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