Viaje al corazón de la selva americana

Según se llega a San José uno se da cuenta de que está en un sitio paradisíaco. El clima, cálido y húmedo hace que el carácter de los ‘ticos’, ya de por sí amable y extrovertido, sea una agradable bienvenida para sus visitantes. Desde que pones el pie en tierra costarricense el trato con su gente es amigable y muy servicial. Algo que últimamente se echa mucho en falta en las grandes ciudades europeas.

Los hoteles suelen ser lugares tranquilos, limpios y con un servicio bastante decente. Un hotel de tres estrellas, que suele ser de lo más económico y fiable que se puede encontrar por Internet, es ya un hotel donde los servicios básicos están bastante bien solucionados.

San José no es una de esas ciudades plagadas de monumentos y museos, pero gana encanto gracias a la vida y el movimiento constante que existe en sus calles. Allí no podemos dejar de visitar el Museo del Oro, un lugar donde se puede disfrutar de auténticas obras de arte precolombinas en oro y piedra, y donde se aprende mucho sobre cómo trabajaban estos materiales los indígenas.

Tampoco el Museo Nacional, que cuenta con un pequeño pero encantador mariposario donde poder disfrutar de la belleza de varias de las especies autóctonas y, entre ellas, de la famosas mariposas Morfo y Búho, ambas de espectacular tamaño (algunos ejemplares alcanzan más de 20 centímetros de envergadura).

Pero lo que más merece la pena de Costa Rica es perderse por sus parajes selváticos. Por un precio bastante razonable se puede uno unir a cualquier grupo de turistas y hacer un tour por varios lugares de interés. Primero una plantación de café. Allí, a cierta altitud y entre un paisaje que nunca deja de ser verde -el 18% del territorio de Costa Rica está constituido por parques naturales- se aprende el proceso desde que se planta el grano hasta que se recoge (en Costa Rica la recogida se continúa realizando a mano para asegurar la calidad del café) y se tuesta. Es posible incluso que nos inviten a un desayuno típico, el ‘Gallopinto’,  que consiste en arroz con frijoles, huevos revueltos, queso, fruta, zumo y café.

Otra excursión que no podemos perdernos es la visita al Parque Nacional del volcán Poás. En Costa Rica existen más de 50 volcanes, de los cuales siete mantienen su actividad. Poder observar y fotografiar el cráter completo del volcán desde un mirador construido en uno de sus extremos es un lujo sólo al alcance de los amigos del ‘National Geographic’. La visión es espectacular: un laguna gris de la que fluye una incesante masa blanca de gas, fumarolas y restos de azufre.

Otros sitios de interés son el Parque Privado La Paz y Fortuna, un pueblo situado al pie del volcán Arenal que nos ofrece un espectáculo nocturno increíble, con ríos rojos de lava y roca que caen por sus laderas. En Fortuna no podemos perdernos una excursión hasta la Cascada La Paz, y después de seis duros kilómetros cuesta arriba, podemos darnos un chapuzón helado en su laguna, rodeada por un paisaje selvático.

Pero si lo que queremos es selva de verdad tenemos que ir a Santa Elena, el pueblo más cercano al Bosque Nuboso de Monteverde. Una vez con un mapa del bosque en la mano podemos adentrarnos en el bosque hace honor a su nombre: una impresionante selva tropical totalmente salvaje. Podemos encontrar lianas, todo tipo de plantas y, de fondo, sonidos de aves y monos. Una gozada.

En Costa Rica también podemos ir a la playa. Son muy recomendables las de Mal País y Santa Teresa. Allí se puede disfrutar del sol, de las aguas del Pacífico y ver a los surfistas que aprovechan su gran oleaje. Costa Rica es, en definitiva, un país pequeño pero con muchísimas cosas que ver. El ecoturismo y los deportes de aventura son las mejores formas de conocer lo que nos ofrece y, en general, está muy bien preparado para recibir a toda clase de turistas: mochileros y aficionados a los buenos hoteles y balnearios de auténticas aguas termales cerca de sus volcanes.

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