Una travesía por mar en tiempos de guerra

Con gran entusiasmo, nosotros, mi mamá con sus tres niños, Rodolfo, Juanito y yo, y nuestros respectivos ángeles, recibimos la noticia de que viajaríamos en barco a buscar a nuestro papá que había partido meses atrás. Yo estaba lejos de comprender todo ese trajín. Lo único claro era que al final de ese viaje encontraríamos a nuestro padre. Fue el año 1944.

Cuando llegó el momento de partir desde Arica, Chile, tuvimos que ir en una lancha de motor para abordar el barco que era uno de guerra llamado “Jonson & Jonson”. Un tripulante de la lancha, para horror del ángel de Juanito, lo levantó y lo lanzó por el aire a un tripulante que estaba en la mitad de la escalera, el que a su vez lo lanzó a otro que estaba en cubierta.

En el barco nos mandaron a un enorme dormitorio acondicionado con literas en hileras largas de varios pisos para acomodar a todos los que fuimos.

El viaje comenzó mal, al menos para Juanito y para mí, porque nos mareamos. Mamá decidió tomar la solución más adecuada, nos llevó al baño, nos sentó en el suelo con una bacinilla entre las piernas y allá fue todo lo que teníamos adentro. Creo que con sólo mirarnos el uno al otro nos daba náusea y ganas de vomitar.

Cuando cruzamos la línea del Ecuador, “bautizaron” a los marineros nuevos. Llenaron de huevos y harina una cama de campaña y allí los hacían recostarse para embadurnarlos completamente.

Había un tripulante moreno, centroamericano, que a veces abría el portillo de su camarote y desde ahí baleaba a las gaviotas, y nosotros las veíamos hundirse una a una, ¡pobrecitas! ¿Qué sabían ellas de guerra? Decían que las mataban porque seguían a los barcos y así evitaban que fueran detectados por submarinos.

Repentinamente, tocaban una alarma para llamarnos a todos a cubierta. Eran “ejercicios para caso de hundimiento”. Llegábamos corriendo a la cubierta donde había salvavidas alineados en el suelo. Teníamos que ponérnoslos y la mamá los amarraba. Eran enormes pero todos nos manteníamos dentro de ellos… ¿todos? Juanito no, él se deslizaba hacia abajo y siempre quedaba afuera. Nosotros tan niños y estábamos viviendo dentro de una guerra, sin imaginarnos que algo terrible podría suceder.

Contemplábamos el mar por horas, admirando las olas y las gaviotas, tratando de descubrir algún submarino, y porque allí estaba lo que más nos gustaba ver, los peces voladores, dorados, tan lejos y tan cerca de nosotros. Nuestros ángeles se unían a ellos para retozar formando una bella composición de colores.

Por fin llegamos a puerto, bajamos con la sensación de que todo se movía bajo nuestros pies. Nos llevaron a unos galpones donde nos hicieron desnudar completamente y nos bañaron en duchas múltiples. Esta fue nuestra visa de entrada a los Estados Unidos de Norte América. Además, fue el final del primer y único viaje en barco que hicimos. Y… el lugar donde finalmente nos reunimos con papá.

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