Un fabuloso rastro aurífero

Ahí sus vides, que hace dos milenios ya alabaron Plinio y Estrabón y que hoy nutren una pujante industria bodeguera, los caminos, albergues e iglesias de un tramo clave del Camino de Santiago, las primitivas pallozas y las rústicas marqueterías de las casas de Os Ancares, el castillo templario de Ponferrada o el bello trazado urbano de Vilafranca; son muchos los encantos que contribuyen a esa sensación.

Pero si, por encima de otros, hay un rumor que parece provenir de tiempos remotos ese es el eco fantasmal de los forzados que roían la tierra en las minas de oro romanas de Las Médulas. Y hace ahora once años, la UNESCO apreció el valor arqueológico y paisajístico del enclave al incluirlo en su lista del Patrimonio de la Humanidad.Las Médulas fue una impresionante explotación a cielo abierto en la los particulares métodos de extracción (una red impresionante de canales hidráulicos que iban desgastando las montañas) fueron modelando un relieve insólito de colinas y pináculos erosionados y de cauces acuáticos que con el tiempo se convertirían en cañadas, e incluso estuvieron en el origen del cercano lago de Carucedo, formado por un tapón de vertidos. La mina, que en su momento administró el propio Plinio, hecho que facilitó preciosa información sobre sus siniestras condiciones de trabajo, quedó exhausta en el siglo III d.C. Entonces, la naturaleza se aplicó en restañar las heridas del suelo y cubrirla con su vegetación, sin conseguirlo por entero, a pesar del tiempo trascurrido.

El resultado de ese doble movimiento es el que hoy podemos admirar desde el popular mirador de Orellán. Sin embargo, merece también la pena dedicarse a explorar un poco las entrañas del yacimiento; con el entramado de túneles en el que, según el propio naturalista romano, muchos obreros pasaban meses sin ver la luz del sol.
La Fundación que gestiona el yacimiento también recomienda itinerarios que, por ejemplo, pasan por la vecindad de algunos de los castros prerromanos cuyas poblaciones sometidas sirvieron de mano de obra o por los bosques ricos en flora y fauna que circundan el lugar. Además, un aula arqueológica nos ayudará a una comprensión mucho más completa y orgánica de todas las implicaciones sociales que la mina y su evolución tuvieron ayer y hoy en este bello rincón septentrional de la Península.

Una hermosa e instructiva excursión que presenta la posibilidad de rematarse con un botillo cocido o cualquier otra especialidad berciana, muy apetecible para un fin de semana del ya próximo verano.

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