Un auténtico pueblo de cuento

Hay-on-Wye, en el lado galés de la frontera con Inglaterra, podría ser una prototípica aldea campestre británica. Pequeña, florida, apacible. Con su río, sus casas de piedra, su leyenda artúrica y su rector victoriano que en el siglo XIX dejó algunas memorias escritas del lugar. Y con todos los números para correr hoy la misma suerte que tantos otros pueblos parecidos: cierta somnolencia y despoblamiento. Pero en 1961 su destino cambió inopinadamente. El librero Richard Booth se afincó en ella y empezó a desplegar su plan de convertirla en el primer reino libresco del mundo.

Aunque sus primeros movimientos fueron observados con desapego por la población local, que no parecía demasiada afecta a la letra impresa, apenas quince años más tarde Hay-On-Wye se había convertido en un referente de recuperación económica de zonas rurales y en centro de peregrinación de los perseguidores de libros de viejo. La idea de Booth, transformar viejas moradas abandonadas de Hay en librerías de segunda mano para poner al alcance del viajero literario una oferta insuperable, había triunfado. Tanto, que Booth, no sin guasa, llegó a proclamarse monarca independiente del imperio de tinta de Hay-on-Wye.

Con su bendita cercanía al hermoso y algo salvaje parque natural de los Breacon Beacons, la villa custodia hasta 37 librerías y no es posible doblar una esquina o remontar una calle sin dar con alguna. Las hay especializadas y genéricas, con fondos inmensos o selectos. Las hay incluso que sirven de casa a sus dueños. Pero la mayoría da asilo a volúmenes usados que pone en el camino de nuevas vidas y compañías. Un paraíso para los que, como Borges, están convencidos de que éste es, en su genial sencillez, el más acabado y maravilloso de los inventos humanos.

Hay, que en su momento fuera un modelo de renovación de zonas rurales deprimidas, vive hoy en una encrucijada entre el pasado y el futuro, entre el apego al modelo que la ha hecho tan especial y su reformulación. Por un lado, planea la amenaza velada y aún indefinida que las nuevas tecnologías puedan suponer para el libro tradicional y sus formas de compra-venta. Por otro, la irrupción de algunas tiendas turísticas que tratan de aprovechar el tirón de la industria anticuaria hace temer que pueda desvirtuarse el antiguo espíritu idealista del lugar. Pero en el ínterin, Hay-on-Wye sigue emitiendo sus reflejos de bella irrealidad, transpirando su aroma quimérico de lugar en el que un inagotable tesoro de palabras nos aguarda y en el que la vida municipal, pública, social, económica es, literalmente, un cuento.

Comentarios

Deja un comentario