Transiberiano: la poesía del camino de hierro

Centenares de miles de travesaños tendidos sobre la estepa helada,  miles de vagones en uso, decenas de estaciones, ocho husos horarios, 18 páginas de menú en su restaurante. La vastedad del transiberanio la cantó ya Blaise Cendrars en un libro bajo el influjo de esas vanguardias artísticas tan prendadas de amor al movimiento, a las revoluciones y a los horizontes inexplorados: “El ruido de las puertas de las voces de los ejes rechinando sobre los rieles congelados “.

Ciertamente, la grandeza titánica de esta magna obra de ingeniería, de esta espina dorsal de las leyendas ferrioviarias, es abrumadora. Lo fue su construcción, para la que se emplearon a prisionores confinados en las temibles cárceles de las Islas Sajarin, y lo son las cifras de su mantenimiento, la de la gente a la que emplea y que lo utiliza, la de los kilometros que cubre. Sólo en su principal ruta, el tren que parte de Moscú atraviesa casi 10.000 antes de llegar a Vladivostok, a la orilla del mar del Japón. Sus otros ramales franquean Manchuria hasta Pekin o serpentean por el desierto del Gobi en Mongolia. Y en su camino por la tundra siberiana, ese paisaje de puro confín, va dejando atrás ciudades imposibles levantadas sobre algunos de los asentamientos humanos más extremos y desconocidos del mundo.

Los aventureros que  se han dejado atrapar por la mística de este viaje-río recomiendan subir al tren en solitario, acompañados de algunos libros, unos rollos de papel higiénico y unas nociones de ruso. El traquetreo de este ferrocarril insomne sumirá a los así pertrechados en una especie de rapto hipnótico, en una monótona letanía de llanuras sin fin, sordo subir y bajar de seres anónimos y abigarrada humanidad de pueblos y lenguas que se articulan a su alrededor.

El transiberiano. Quizás no haya que decir nada más: tan poderosa es la carga épica que esa palabra transporta. Tal vez, quizás, tampoco haya forma de describir cabalmente lo que esos ocho días con sus noches de desplazamiento comprenden. El aprendizaje de nuestra pequeñez  y también del heroico esfuerzo de nuestra especie por superarla.

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