Desde que los hombres se hicieran a la mar en inciertos cascarones y sin más guía que la que pudieran leer en las estrellas, la historia de la navegación ha sido la apasionante conquista de métodos de construcción y técnicas que hicieran más fiable y rápida la aventura.
Pero aún en el siglo XVI, siglos después de que los escandinavos llegaran al Canadá y en plena era de los grandes descubrimientos, el Mediterráneo estaba surcado mayoritariamente por naves que practicaban el cabotaje. Quiere eso decir que ha sido una tarea de enorme envergadura y plagada de abordajes distintos. Pero excepto en el caso de sumergibles y batiscafos, el objetivo fue siempre el mismo: el sueño de flotar sobre las aguas.
Y fue precisamente un místico, Emanuel Swedenborg, el primero en entrever que esa imagen podía no ser sólo una abstracción. Su diseño de 1716 de una plataforma con un colchón de aire y propulsado a remos es el primero de ese género del que hay noticia.
Habría que esperar, sin embargo, hasta 1952 para que los prototipos que querían aprovechar el efecto suelo para la navegación tuvieran una concreción sólida. Christopher Cockerell probó que un vehículo suspendido sobre un colchón de aire podía deslizarse tanto sobre superficies acuáticas como arenosas.
En adelante, los aerodeslizadores, llamados en ingles hovercrafts, evolucionaron a velocidad de crucero gracias a la intervención de la industria. Saunders Roe consiguió el primero que podía cargar pasajeros y durante la década de los 60 produjo nuevos modelos que aumentaban la capacidad de transporte. En los años 70, esos modestos primeros hovercraft, que servían para franquear cortas distancias entre islas, ya se habían convertido en grandes aparatos propulsados por cuatro motores Proteus de Rolls-Royce y que cubrían la ruta Dover-Calais. Fue, paradójicamente, el cénit de este tipo de naves, que con la crisis del petróleo y la posterior competencia de los más económicos catamaranes sufrió un fuerte declive en su uso civil
Sin embargo tanto el aerodeslizador como otros ingenios basados en sus principios fructificaron en usos científicos y militares. La capacidad de viajar en casi cualquier circunstancia atmosférica, sin dejar rastro, a enormes velocidades y por medios tan variados como pantanos, desiertos o hielos sigue haciendo de él un instrumento de gran utilidad y versatilidad. Guardias costeras y forestales, patrullas de salvamento, estudiosos de las ciencias del agua y compañías transbordadoras en enclaves problemáticos han propiciado una segunda época dorada de hovercraft, a la que se ha añadido el uso recreativo de pequeños modelos y el deportivo, en carreras y demostraciones.
Uno de los medios de transporte más particulares del pasado siglo parece bien arraigado en el presente. Si se te presenta la oportunidad, no dejes de subirte en uno. Cumplirás el viejo sueño de Swedenborg y de las generaciones que le precedieron.