Sealand: el estado fantasma

No hay líneas regulares que lleven a Sealand y nadie ha oído hablar allí de facilidades hoteleras. Tampoco estaría justificado: tiene un clima de perros, sus encantos llamémosle “marítimo-industriales” son del género discreto y su gastronomía no es precisamente envidiable. Sin embargo, la breve historia de este diminuto principado está jalonada de insurrecciones utópicas, contenciosos internacionales, conspiraciones y revoluciones tecnológicas.

Todo empieza durante la II Guerra Mundial, con la construcción a siete millas de la costa británica de una plataforma de defensa sobre el Mar del Norte. Pero en 1945, las tropas inglesas se retiran de la base, que queda abandonada en aguas internacionales. Es como restará hasta 1967, cuando un antiguo comandante del ejército, Paddy Roy Bates, se establece en la base y, con el asesoramiento de algunos abogados, decide proclamar el Principado de Sealand, estado independiente del que se convierte en monarca absoluto. La firme decisión de levantar un nuevo estado con un puñado de familiares y amigos que le siguen en su éxodo ha sido tomada.

Lo increíble sucede un año después. Un barco de la marina inglesa penetra sin permiso en las aguas reclamadas por el Principado. Los sealandeses responden a esa violación de su espacio con disparos de advertencia. El episodio se salda con la detención del hijo de Roy Bates, aún súbdito británico, bajo graves cargos de sedición. Pero en una carambola desternillante, el juez se declara incompetente para juzgar un caso que queda fuera de su jurisdicción. Como bien entiende Sealand, eso supone una aceptación de facto de su soberanía.

Envalentonada por el veredicto, la familia reinante crea su bandera, su himno, su moneda y su pasaporte. Desgraciadamente, algunos tratan de sacar partido a esa prosperidad. Durante una ausencia de Bates, un grupo de holandeses presentes en Sealand por asuntos de negocios y capitaneados por el entonces primer ministro Alexander Achenbach se apoderan del Principado. El Rey Bates, no obstante, reconquista la plataforma y reduce a los sediciosos. Los cuerpos diplomáticos piden entonces a Gran Bretaña que tercie en la situación, pero una vez más el gobierno británico se desentiende del asunto. Tiempo después, los prisioneros quedan libres por gracia de Su Majestad Roy I y su aceptación de la Convención de Ginebra.

No sería su última vicisitud: en 1997 una nueva conjura sacude la paz del microestado. Parece que urdido por Seiger, compinche de Acherbach y dirigente de un gobierno en el exilio, se pone en marcha un plan para falsificar miles de pasaportes de Sealand con fines delictivos. En varios países, España entre ellos, son detenidos pretendidos cónsules que expedían los documentos para abrir cuentas bancarias falsas o extender títulos universitarios de pega. Sin embargo, Sealand se desentiende de esa piratería, dado que sólo reconoce como verdaderos a 300 ciudadanos, y aprovecha para reivindicar su condición de país independiente. Desde 2000, Sealand mantiene un acuerdo con la compañía de servicios internáuticos HavenCo, que ha emplazado en el Principado su base de operaciones. Su prosperidad económica y el aumento de su población estable, sin embargo, han supuesto la restricción del acceso a su antaño acogedor territorio nacional. Pero pese a que un incendio el pasado mes de junio dañó gravemente el país, su singular aventura continua adelante. Contra viento y marea.

Pero hemos dejado lo mejor para el final: ésta podría ser perfectamente una historia de ficción, pero es real. Y tan deliciosa que, aunque sus paisajes no sean los más hermosos, bien merece que le dediquemos un breve viaje virtual.

Web oficial del gobierno de Sealand: http://www.sealandgov.org/

Breve pieza documental acerca de la vida en Sealand en los 60

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