Salud, belleza y turismo

Según cuenta la leyenda, el mismísimo Carlos IV -Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico- descubrió las fuentes termales del rio Teplá cuando estaba de caza. Sea como fuere, lo indiscutible es que fue él quien concedió a este lugar el estatus de ciudad en 1370, convirtiéndola así en reclamo para turistas en busca de paz y descanso a lo largo de los siglos.

Karlovy Vary, que significa algo así como “el balneario de Carlos”, es a día de hoy una recoleta ciudad de bellísima arquitectura. Su máximo esplendor tuvo lugar en pleno siglo XIX, principalmente gracias a la inauguración en 1870 de la línea del ferrocarril que unía la ciudad con Eger y Praga. Se convirtió entonces en el lugar de retiro preferido por la aristocracia y las clases altas europeas, que no cesaron de visitar la ciudad para curar sus dolencias o descansar, hasta que la Primera Guerra Mundial interrumpió abruptamente el flujo de visitantes.

Situada a 120 kilómetros de Praga, la ciudad ofrece muchos atractivos. Entre sus cuidadísimos edificios encontramos algunas joyas del Renacimiento y del Barroco -como las que vemos en la zona de Stará louka- que rivalizan en belleza con la extendida arquitectura novecentista propia de Karlovy Vary. Vale la pena destacar la torre Zámecká vež, parte de un pabellón de caza erigido por Carlos IV, que es el edificio más antiguo de la ciudad; así como la iglesia barroca de Santa María Magdalena, proyectada por K.I. Diezenhofer. Elegantes columnatas, atalayas desde contemplar asombrosas vistas, hermosas avenidas o pintorescas ruinas son otras de las delicias que ofrece esta ciudad, digna de ser visitada incluso si no se va a hacer uso de sus propiedades termales.

Pero si lo que se pretende es “tomar las aguas”, puede hacerse en cualquiera de las doce fuentes situadas a lo largo de la ciudad, cada una tiene unas propiedades curativas diferentes y, antes de beber, conviene tener en cuenta que la temperatura del agua y su sabor no son precisamente convencionales.

La ciudad es conocida también por producir el famoso licor de hierbas Becherovka, por ser cuna del cristal de Moser, por sus rosas petrificadas en agua termal, su porcelana y, cómo no, por su agua mineral embotellada.

En resumen, la ciudad es una pequeña joya, todo un remanso de tranquilidad, que vale la pena visitar desde Praga, si se dispone de tiempo necesario.

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