Ruta de letras

Lo cierto es que en la última década ha habido una explosión de casas editoras que dedican alguna o mucha atención al género de viajes o, por lo menos, a escritores y ensayistas que escriben desde lugares insólitos del globo, a clásicos nunca antes editados o a viajeros que ofrecen perspectivas frescas y originales de espacios.

Minúscula ha cumplido ya 11 años, pero sigue lozana como cuando nació.

Lo hizo con el poético reportaje de Joseph Roth “Las ciudades blancas”, que narra sus vagabundeos por la Provenza. Pero a lo largo de estos años y hasta llegar al estremecedor “Relatos de Kolymá” sobre los años de gulag de Varlam Shalamov, han pasado por su colección Paisajes Narrados trabajos ya de referencia como el “Pasajera a Teherán” de Vita Sackville-West, el “México” de Emilio Cecchi o el “Viaje A Arzrum” de Alexander Pushkin. Razones más que sobradas para seguir confiando en su criterio.

Libros del Asteroide es otra de las consolidadas entre las jóvenes. Su ámbito no es estrictamente la literatura de viaje y ni tan siquiera tiene una colección específica para ello, pero además de su gran gusto en el diseño de libros, ofrece muy recurrentemente obras que nos llevan a coordenadas inexploradas por los lectores ibéricos y en las que la ficción se imbrica con la geografía y la historia en todo tipo de textos híbridos. “Télex desde Cuba” de Rachel Kushner o el “Tren a Pakistán” de Khushwant Singh son dos ejemplos entre tantos del buen (y arriesgado) hacer de la empresa catalana.

Pre-Textos tiene más recorrido y se conoce más su orientación hacia textos clásicos, ensayos, tratados de filosofía y hasta poesía. Pero en 2005 estrenó su colección Cosmópolis, que traduce algunas joyas de autores consagrados o más ocultos, con la condición de que su objeto fuera una ciudad: “Mi Buenos Aires” querido de Ernesto Schoo, “Mi Lvov” de Jószef Wittlin o “La otra Venecia” de Predrag Matvejevic no pueden ser más explícitos en su elección de tema ni más sugeridores en los meandros que toman para abordarlo.

Elba ha sido una de las últimas en sumarse al festín. Pero lo ha hecho con gusto exquisito. “Un tiempo para callar” de Patrick Leigh Fermor es una obra que justificaría una editorial. Pero si tal publicación se escolta con la descripción a una vez sarcástica y enfervorizada del “Viaje a los lugares santos” que hiciera Evelyn Waugh o la romántica visión de los indios norteamericanos que dejó consignada George Sand en su “Los salvajes de París”, las perspectivas de futuro no pueden ser más prometedoras.

Son cuatro ejemplos excelentes de una oferta que ni tan siquiera la crisis parece haber debilitado. Quizás porque en tiempos como estos la evasión sea más necesaria que nunca.

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