Por senderos peligrosos

Hay tantos motivos para viajar como viajeros y destinos suficientes como para satisfacer a todos ellos. Hay quienes se mueven por el mero deseo de cambiar de aires y quienes buscan objetivos muy precisos, los hay que pretenden relajarse de vidas ajetreadas y quienes tienen el aventurerismo por motivación, quienes parten en peregrinaje y quienes van sin rumbo cierto. Y no hay que olvidar a los que impulsa una obligación profesional o sentimental. Pero muy pocos de ellos encaminan sus pasos hacia un puñado de lugares malditos; enclaves arrasados por conflictos y penurias sin cuento. Son los sitios más peligrosos del mundo, que cada año evalúa la revista Forbes en su ya famosa lista o que la ONU considera más conflictivos.

En 2007 sus particulares recomendaciones invitan a evitar Afganistán e Irak, por motivos más que obvios. Tampoco responde de quienes osen hacer turismo por algunos países africanos, en eterna disputa, como la República Democrática del Congo, Somalia, Costa de Marfil y Chad. En algunos de ellos expone la posibilidad de verse sometido a ataques de piratas y guerrillas itinerantes, como Sudán o Liberia, o simplemente a la extrema y descontrolada violencia que asola sus calles, caso de Haití.

Algunos, desgraciadamente, si fueron en el pasado mecas de los viajeros más curiosos y están a nuestro alcance testimonios de su paso por esas regiones otrora pacífica. En Pakistán el recrudecimiento del terrorismo islámico o en Sri Lanka las pugnas políticas entre gobierno e insurgencia han desterrado a todos aquellos que no sean adictos al riesgo. Y en Líbano, pese a haber concluido los combates con Israel, parece cernirse la sombra de la guerra civil que ya asoló la tierra de los cedros.

Sin embargo, algunas de estas indicaciones han de tomarse con la debida distancia. Por ejemplo, en 2005, la ONU incluyó a Madrid, Londres y Roma en tan dudosa nómina, por la cercanía de atentados terroristas en las dos primeras ciudades y la vulnerabilidad de esas capitales a nuevos ataques. Y luego hay que tener en cuenta el empaque y talante de cada uno, porque seguro que habrá quien encuentre más suicida hacerse con un pedazo de arena para poner la toalla en alguna de las playas de la costa Mediterránea que subirse a un tren andino o montarse en un ferry que surque los mares de Filipinas. Porque como diría el torero y como sugeríamos al principio del artículo, “Hay gente pa to”.

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