Pisando con garbo

Los zapatos se han convertido para muchas personas en el objeto de lujo definitivo. Series de televisión como Sexo en Nueva York pusieron muy de moda el fetichismo por el calzado exclusivo de marcas como la de Manolo Blahnik, aunque la artesanía tradicional en piel haya gozado siempre de un prestigio suficiente como para que gente que se lo puede permitir esté dispuesta a pagar lo que sea por un par de buenos mocasines, botines o incluso deportivas.

Porque aunque sean las producciones de famosos diseñadores las que se lleven los titulares, existe un mundo de discretos conocedores que prefieren la concienzuda artesanía de piezas hechas a medida. Pequeñas zapaterías alejadas de los grandes focos, como la última de las mallorquinas, pueblo que gozó de proverbial fama en estos menesteres,  que en Esporles tiene el señor Figuerola o más renombradas, como es el caso del taller barcelonés de Norman Vilalta. Acudir a ellas es una experiencia única en la que el cliente interviene directamente en la definición de las características que quiere para su zapato –puede partirse de una tipología clásica como la Oxford, la Monk, la Blucher y etc., pero también hacer encargos más personalizados- y para cuya ejecución  son necesarias muchas operaciones que exigen un excelente conocimiento del oficio, de la selección de los materiales a la confección de la horma, el cortado de la piel o el montado final del zapato. Algo que justifica unos precios elevados, pero que si nos atenemos a la duración que llegan a tener (sus hacedores, con los cuidados adecuados, garantizan entre 15 y 20 años de vida)  puede que no sean mucho más caros que los que podamos comprar en cualquier tienda convencional.

Y sin duda más económicos que los de las marcas de gran lujo que también compiten en este sector pero con modelos genéricos. Lo que no impide pedir cifras astronómicas por sus piezas. Es el caso de la división ready-to-wear de John Lobb,  de la histórica zapatería británica que también trabaja por encargo con unas tarifas todavía más prohibitivas. Aunque la palma se la lleva la fábrica italiana AmedeoTestoni. Los boloñeses tienen la dudosa fama de tener a la venta algunos de los zapatos más caros del mundo. De “ordinarios” los hay que no exceden de los 2.000€. Pero también han creado modelos especiales, hechos con pieles de cocodrilo, forrados con piel de cabra y ornados con hebillas de oro y diamantes, cuya fabricación exige 200 pasos. Y calzárselos casi 30.000 euros. ¿Los pagarías?

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