Más que un refresco

La pasmosa proliferación de ginebras refinadas en los estantes de bares y bodegas y el rebrote del gin-tonic como cóctel favorito de nuestro tiempo necesitaba apoyarse en una tercera pata.

Y es que la tónica, escudera y compañera de fatigas del célebre destilado de bayas de junípero, ha pasado durante demasiado tiempo por una comparsa que apenas tenía influencia en el resultado final del combinado.

Y no será porque este amargo brebaje, que algunos han caracterizado como un gusto adquirido por ese sabor extraño que repele a algunos mientras atrae a otros, no tenga a sus espaldas una historia tan o más apasionante que la ginebra. Porque nació con una función más medicinal que refrescante: los colonos españoles en América descubrieron que los indios usaban infusiones de la corteza del quino para aplacar las fiebres palúdicas y usaron el remedio en 1630 con la condesa de Chinchón que, en efecto, sanó. El bebedizo se importó entonces a Europa, pero no abandonó sus horizontes terapéuticos hasta mucho más tarde. Aún era esa su principal finalidad cuando en Paso de los Toros, en Uruguay, se empezó a utilizar en su elaboración agua carbonatada y corteza de naranja. Y más o menos al mismo tiempo, los destacamentos imperiales ingleses en África y Asia incorporaron a la pócima una medida de azúcar para contrarrestar su amargura. Estos dos hitos marcan el nacimiento del agua tónica como hoy la conocemos. La progresiva reducción de quinina en la fórmula una vez menguada su función profiláctica sería el otro elemento de su evolución que determinaría el producto que hoy bebemos.

Así, en su paso de la farmacia al mueble bar, la tónica evolucionó hacia la elaboración y comercialización industrial, con sus fabricantes más clásicos y antiguos del mundo como Schweppes, Seagram o Cunnington convertidos en parte de grandes consorcios empresariales. En este nuestro rincón de mundo también probaron de hacerse hueco marcas locales, con la tónica vasca Kas por un lado y la Finley auspiciada por Coca-Cola por la otra, aunque nunca peligrara la hegemonía de Schweppes.

Pero la reaparición hace unos años de una tónica de la multinacional norteamericana, llamada esta vez Nordic Mist, coincidió con el nacimiento de un nuevo escenario en el que tónicas artesanas y de composición más cercana a la original han ido abriéndose un nicho en el mundo de la coctelería profesional e incluso doméstica.

El aldabonazo para una nueva generación de tónicas lo dio Fever-Tree, una pequeña fábrica inglesa que cimentó su apuesta en un producto con auténticos extractos naturales del quino y sin saborizantes y edulcorantes tan al uso.

Los creadores de Fever-Tree siguieron la traza de una de las últimas plantaciones de quinos en África para disponer de auténtica quinina de la mejor calidad y la mezclaron con fina agua de manantial de alta carbonización y azúcar de caña.

Su fino olfato y astucia mercadotécnica  ha significado una verdadera llamada de atención para el sector de los refrescos. Con toda lógica, Fever-Tree mantiene que es absurdo proveerse de los mejores espirituosos, de frutas aromáticas y de vasos de fino cristal si luego al hacer un combinado se acaba mezclando todo con sabores artificiales como el de los refrescos ordinarios del mercado. Así,  para dar ejemplo, no sólo se ha limitado a producir una tónica completamente distinta, muy matizada y refrescante, sino que también tiene una línea de Ginger Ale, de Limonada Amarga y de Agua de Soda.

Su éxito, además, ha servido para poner en órbita o propiciar una nueva juventud a toda una serie de pequeñas fábricas que siguen una filosofía parecida a la de Fever-tree: la tónica Boylan, con el delicioso diseño decimonónico de su botella, la exquisita Fentimans, perfumada con lemongrass y carbonatada de modo natural, la Tónica Water 1724 con quinina andina, la casera 6 o’clock o la exclusiva y baja en calorías, con una aportación de ágave, Q tonic. Todo un mundo nuevo en el que nuestros lectores más curiosos pueden explorar.

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