Los paraísos terrenales

Por puro exotismo e idealización, han representado durante siglos una especie de paraíso en la tierra, con costumbres amigables, formas sencillas y regaladas de vida, bonanzas climáticas y la felicidad de quien está resguardado del mundanal ruido. Y como tales fueron representados en las artes y las letras, de las pinturas de Gauguin a los relatos de Stevenson. Habría que esperar a algunos grandes trabajos de antropología para acercarse más a su dimensión real y ver el negativo de esos retratos tan favorecedores, pero aun así el tópico ha prevalecido y esa área indefinida denominada con exquisita vaguedad los mares del sur sigue estando fijada en nuestro imaginario como un mundo de amplias playas de aguas turquesa junto a selvas lujuriantes y delicadas nativas apenas cubiertas por unas sucintas conchas y cañas.

Lo cierto es que incluso a muchos de sus cultores les resultaría complicado situarlos con precisión en un mapamundi o distinguir con claridad qué lugares han de quedar comprendidos por esa denominación. Sin ánimo de estorbar las ensoñaciones de nadie, lo que se ha dado en llamar los mares del sur podría corresponderse a grandes rasgos con la polinesia, es decir, ese vasto pedazo del Pacífico meridional jaspeado por más de mil islas y que formaría un imaginario triángulo con los vértices en Hawai, Nueva Zelanda y la Isla de Pascua.

Pero por más riguroso que uno quiera ponerse, las corrientes y efusiones que provienen de esa encantada esfera se lo dificultan. Y a fin de cuentas, esa capacidad de sugestión de la cultura polinesia es uno de sus valores inescamoteables: las formaciones coralinas y volcánicas, las danzas y músicas tradicionales, su eterno verano (aunque no sea tal), los enigmáticos tótems de Rapa Nui y nombres que siempre parecen guardar una promesa de bienestar: Bora Bora, Tonga y Tuvalu, Samoa y las Marquesas… Quizás es bueno que así sea y que en el mundo de la fantasía todavía queden lugares incontaminados de realidad, libres para el ensueño y el abandono, solo accesibles por la activación de resortes y trampillas de la imaginación. A fin de cuentas, a diferencia de otras sesudas entradas de esta sección, ésta no pretendía más que proporcionar un diminuto entretenimiento a todos aquellos que ya empiecen a estar hasta la coronilla de hielos y rigores invernales.

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