Los dominios de las tinieblas

Son el vestigio de épocas de la historia en las que tal vez los hombres no temiesen menos a la muerte, pero la miraban de frente y no trataban de disimular pusilánimente su existencia. Posiblemente existieron algunos más de los que hoy podemos visitar, pero las llamadas luces del progreso fueron acabando con lo que consideraban un espectáculo macabro y propio de tiempos de oscurantismo y superstición.

Y no obstante, los osarios forman parte de un antiguo discurso en nuestra cultura. Aquél que recuerda la fugacidad de la vida y el poder de nuestra perenne enemiga, y por ello insta a vivir provechosamente para que su final victoria nunca sea completa.
En Sedlec, un suburbio de la hermosísima ciudad de Kutna Hora en Bohemia central, se encuentra uno de los más sobrecogedores. Oculto en el subterráneo de la capilla del Cementerio de Todos los Santos, se calcula que para su decoración se emplearon más de 40.000 osamentas que colman paredes y columnas y son materia prima de candelabros y campanas, lámparas y otras guirnaldas esqueléticas.

El trabajo artístico o siniestro, según el gusto, del maestro Frantisek Rint no es, sin embargo, el único de su especie en Europa. En unas alcobas de la Iglesia de San Francisco de Évora tres monjes franciscanos construyeron en el siglo XVII la denominada Capela dos Ossos. Montañas de calaveras –hasta en número de 5.000-  unidas por una argamasa de cemento tapian los muros y forran los pilares, mientras poemas alegóricos nos recuerdan la transitoriedad de este mundo y la tétrica leyenda “Nós ossos que aqui estamos pelos vossos esperamos.” nos porta fúnebres augurios. Y un poco más cerca de la frontera extremeña, en Campo Maior, existe una réplica reducida de esa misma capela con el “atractivo” añadido de su lúgubre origen: la explosión de un polvorín que liquidó a la mitad de la población de la ciudad en 1732 y forneció de abundante material a sus autores.

En España, este tipo de manifestaciones vienen representadas por un tétrico cuarto de la iglesia de Santa María de Wamba, aunque en este caso no se haya llevado a término ninguna intervención artística: una formidable pila de calaveras en bruto acumulada en el siglo XII por los caballeros de la orden de San Juan busca el efecto ejemplarizante.
Mas si existe un país con gusto por los osarios, ese es Italia. De norte a sur, abundan las criptas, santuarios y catacumbas que presentan tales exhibiciones: Custoza, Solferino, San Bernardino alle Ossa (que inspiró la capilla de Évora) o las catacumbas capuchinas de Palermo, pobladas de espectrales cadáveres embalsamados, figuran entre las más sobresalientes. Aunque posiblemente ninguna compita con el Cementerio Monumental de los Padres Capuchinos de Roma, bajo el cual un largo corredor hospeda los despojos de más de 4.000 hermanos muertos entre 1528 y 1870. Muy posiblemente, el pasadizo más tenebroso de la tierra.

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