Lisboa, negro sobre blanco

Y de entre las grandes ciudades literarias del mundo, aquellas que pocas pueden superar a Lisboa como detonante, aliento, filtro o trasfondo de altísimas páginas de prosa y poesía, de pasquines, de ensayos, de manifiestos y hasta de anónimos textos callejeros. Tanto es así que laciudad blanca, como la llamara Alain Tanner en su saturnal película de 1983, puede brujulearse entera desde el Terreiro do Paço –acaso la plaza más hermosa de Europa, según la Carta de Lisboa de Valery Larbaud- hasta su Castelo de Sao Jorge con libros, poemas y espectros librescos como guía.

El santo patrón de todos los cicerones alfacinhas es, sobra decirlo,Fernando Pessoa, el hombre desdoblado en tantas voces que habitaban dentro suyo. Se conserva su casa, en la Rua Coelho da Rocha y algunos de los cafetines que frecuentara, como el histórico Martinho da Arcada bajo las arcadas de la Praça do Comercio o el A Brasileira, donde se reunía con otros impulsores de la renovación de las letras y las artes portuguesas, como Almada Negreiros o Mario de Sá-Carneiro y en cuya terraza tiene hoy una popular estatua sedente. Sin embargo, es en la lectura de su propia obra, donde aparecen esas calles de Baixa que tanto gustaba de transitar, con la Rua de douradores que con su sospecha de un pasado alquímico tanto le fascinó, o en la de sus heterónimos donde mejor se refleja esa ciudad que le atrajo y turbó hasta el punto de escribir aquello de “Voy a pasar la noche en Sintra por no poder pasarla en Lisboa, mas cuando llegue a Sintra me apenará no haberme quedado en Lisboa.”
Es precisamente el mismo alter ego Álvaro de Campos que declama esos versos quien posiblemente evocase de forma más intensa la “ciudad de mi infancia pavorosamente perdida” en poemas como Lisbon Revisited 1926, el sobrecogedor Tabacaria –cuyo secreto protagonista sale de uno de los típicos estancos de la capital lusa- o sus barrios portuarios como el Cais do Sodre. Aunque también lo hiciera Bernardo Soares en su Libro del desasosiego, cuyo entero transcurso tiene igualmente por escenario las riberas del Tajo. Siempre la ciudad en la que también, desde el hospital de San Luís de los Franceses, Pessoa se marchó a la muerte “como a una fiesta al crepúsculo”.

Pero el gran poeta heterodoxo no deja de ser un eslabón, si bien el más importante, para entender y amar Lisboa desde la tinta. Antes le habían precedido titanes como Cesário Verde quien, siguiendo el ejemplo de los paseantes de la estirpe de Baudelaire, retrata su parte más marginal y subalterna, aquella que se perfila al atardecer cuando los obreros abandonan el trabajo y una vibración frenética turba la calma urbana, y quien dejó también testimonio de la “negritud” que como legado colonial forma parte de la misma. O Eça de Queirós, que con su O misterio da estrada da Sintra, funda la literatura policial lisboeta. Jose Cardoso Pires, con su excelente Lisboa diario de a bordo, que bien puede servir de guía literaria de la ciudad o José Saramago mediante su Viaje a Portugal son solo dos de los últimos que han querido rasgar el velo de los enigmas que este lugar prodigioso siempre parece esconder. Y a buen seguro no serán los últimos, porque una de las más antiguas del Continente, Lisboa ha sido también de las más incitadoras de las ciudades que aun tenemos a nuestro alcance.

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