Leyendo los posos

Placer restringido, muleta de madrugadores, estimulante de sobremesas y tertulias, apoyo de estudiantes insomnes y materia de muchas páginas deliciosas. Hoy la cosa va de libros cafeteros.

¡Ah, el café!, cuantas aventuras mercantiles, estudios eruditos, cavilaciones ociosas y momentos de placer y abandono no le deberemos a esta bebida un poco estupefaciente que venecianos, armenios, árabes, austriacos y turcos se disputan haber introducido en Europa y que dio pie a una institución que George Steiner considera una de las ideas quintaesenciales de nuestra identidad común: el local donde se toma y entorno al cual se ha discutido de todas las materias habidas y por haber.

La escritura nos ha dejado así numerosos y muy valiosos ejemplos de atención y agradecimiento. Y no ya por aquellas plumas que se nutrieron de él y lo convirtieron en un elemento tan fundamental de su trabajo como la pluma y el papel –Honoré de Balzac llegaba a tomar treinta tazas al día para mantener su torrencial actividad- sino por el importante muestrario de obras que lo tienen como protagonista esencial.

El lector interesado encontrará una abundante provisión de pequeños o exhaustivos tomos que nos refieren todo lo que hay que saber de su historia, cultivo y comercio, de sus variedades y formas de tomarlo. Por ejemplo, La aventura del Café, de Felip Ferré o Culto al Café, de Yasar Karaoglu. Aunque si se buscase una breve pero brillante condensación, habría que remitirse al deslumbrante primer capítulo de Civilización material, economía y capitalismo, siglos XV-XVIII, de Fernand Braudel, donde en unas pocas brillantes páginas nos expone toda la trascendencia de este producto llegado de oriente, de los exóticos puertos de Moka y Somalia a los salones del continente.

Otros volúmenes tratan de explorar la vida de los templos que le rindieron culto, ya sea de forma explícita como en Viejos Cafés de Madrid de Ángel del Río o de modo indirecto: véase el caso de Praga en tiempos de Kafka, de Patricia Runfola, que es también una guía de ese patrimonio hoy muy disminuido de la ciudad encantada.
Y hay aún los casos en los que inspiró libros enteros, como Los últimos días de la humanidad de Karl Kraus, compuesto en su totalidad, según su autor, con fragmentos de conversaciones escuchadas desde las mesillas de los esplendorosos cafés vieneses o los que se sirven de las peripecias de su comercio para formular una amenísima novela ensayística como Los siete aromas del mundo (también en versión original catalana) de Alfred Bosch.

Porque a la hora de escoger, como a la hora de pedirlo, cortado, solo, con leche, suizo, capuccino, de libros cafeteros, los hay para todos los gustos.

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