Una de las noticias del día de ayer fue la recuperación del Código Calixtino, que había sido sustraído del Archivo de la Catedral de Santiago hace justo un año. Esta protoguía medieval para peregrinos del camino jacobeo se encontraba guardada de cualquier manera en el garaje de su presunto ladrón. Ahora será puesta a buen recaudo, pues como han recordado varias fuentes durante estos días, su valor es incalculable. En efecto, un manuscrito iluminado del siglo XII de estas características no se encuentra en el mercado legal y, por su valor patrimonial, pertenece siempre a museos e instituciones.
No es, con todo, la primera gran obra religiosa de este tipo que se hurta, posiblemente con intención de venderlo en el mercado negro o por encargo de coleccionistas privados. De hecho, existe una larga tradición al respecto. Ya en el siglo IX, el Libro de Kells, el maravilloso evangeliario que se considera la cumbre del arte de miniar irlandés, fue afanado de la abadía que lo había producido, aunque volviese a él a los dos meses.
Otros propietarios, sin embargo, no han tenido tanta suerte. Es el caso de la Biblioteca Real Danesa, que tenía al zorro al cuidado de las gallinas. O al bibliotecario Frede Møller-Kristensen, que entre 1968 y 1978 sustrajo más de 3.000 libros por un valor aproximado de 40 millones de Euros y entre los que había manuscritos luteranos o primeras ediciones de Thomas Moro y John Milton. Su familia, él ya fallecido, se seguía lucrando de sus fechorías con periódicas subastas. Puesta la policía tras la pista, encontró en su casa todavía 1.500 obras que volvieron a los anaqueles públicos. También la Biblioteca Nacional de España padeció recientemente el azote de un tal César Gómez, que en 2008 se adueñó de un precioso mapa de Ptolomeo de 1482, entre otras tropelías antes de ser detenido.
Otro claro precedente del caso calixtino, y más cercano en el tiempo, es el del robo de un Beato de Liébana del Museo Diocesano de la Seu d’Urgell, en 1996. En este caso, sí llegó a ser vendido: se recuperó poco más tarde en la consulta de un médico valenciano que lo había comprado. Los autores fueron detenidos, lo que permitió incautarles otros frutos de su rapiña. No así el Cantoral de Santa Maria d’Estany, que se había ya subastado en Londres, comprado por un librero alemán y vendido por éste por páginas sueltas, haciendo así casi imposible su recuperación. Es, de hecho, el gran riesgo que existe en estos casos: que las piezas robadas, ante la casi imposibilidad de venderse íntegras, se vendan por partes.
En otras ocasiones son los estados quienes se toman libertades para engordar sus propias colecciones. Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis se apropiaron de 134 libros de gran valor del Colegio reformista Húngaro de Sarospatak. Luego, un capitán soviético recuperó ese botín, pero trasladado provisionalmente a Rusia, no fue hasta 2006 que se aprobó su devolución a su legítimo dueño.
Y es que como sabemos todos aquellos que hemos incluso dejado alguno, hay veces en que los libros pasan largos periplos antes de volver a casa.