Las nuevas catedrales

Tal vez pasme a algunos saber que ni Dalí ni Picasso pueden con el Barça en el ranking de visitas a los museos catalanes. O, todavía más sorprendente, que también el del Real Madrid, aunque todavía a una prudente distancia del de su histórico antagonista, sea uno de los más frecuentados de la capital española.

Pero si observamos los números globales que mueve hoy el deporte rey, la capacidad de convocatoria de sus estrellas o el volumen de negocio que hay tras sus más importantes clubes, nada de lo anterior desafía a la lógica y es muy natural que los consorcios turísticos cada vez tengan más en cuenta al fútbol como herramienta de promoción. Así pues, la visita a los estadios parece figurar cada vez más en los programas de los viajeros que recalan en ciudades con tradición balompédica.

Resulta sin embargo harto complicado recomendar un peregrinaje ideal por esos templos en donde se celebra la ceremonia que, según han señalado algunos teóricos, puede incluso haber desplazado al arte y a la  religión como principales motivos de recreo y culto. ¿La razón? Éste debería siempre seguir las consignas del propio corazón.

Pero a riesgo de muchos olvidos y arbitrariedades nos atrevemos a sugerir un pequeño recorrido que, inevitablemente, debería empezar por el Reino Unido. Allí convendría acudir al Old Trafford de Manchester, con poética licencia llamado el teatro de los sueños, y luego cubrir la corta distancia que lo separa de Liverpool para visitar la casa del eterno rival Anfield Road. Algo más al norte, ya en Escocia, el precioso estadio del Rangers,Ibrox Park y el de su conspicuo adversario, el Celtic Park, paradójicamente ambos diseñados por el mismo arquitecto también son historia viva de este deporte. Aunque si existe un estadio británico legendario, ese es Wembley, en Londres.

No obstante, este es solo un nuevo campo que ocupa el lugar del viejo. Una circunstancia que también permite apreciar un signo de los tiempos: el surgimiento de nuevos estadios de última generación que reemplazan a viejas plazas con encanto pero obsoletas y que, en cierta manera, marcan el fin una época romántica del fútbol. Parecido destino han corrido las sedes de otros equipos míticos del continente: la espectacular Allianz Arena de Munich que aparcó el antiguo Olímpico de la capital bávara, el Amsterdam Arena, que incorporó por vez primera los techos retráctiles y relegó el antiguo De Meer y su tribuna de madera, el nuevo Estadio da Luz del Benfica de Lisboa o, según parece, el futuro Camp Nou, que de llevarse a cabo la reforma propuesta por Norman Foster haría pasar a la historia el grácil racionalismo del estadio catalán por antonomasia.

Pero todavía quedan refugios para los nostálgicos de otros tiempos: elGiuseppe Meazza, que tiene el raro privilegio de compartir ese nombre con el de San Siro, según juegue allí el Milan AC o el Inter, conserva el aspecto que hizo de él en 1926 uno de los campos más vanguardistas del mundo. Algo de lo que también puede jactarse una de las aficiones más fervorosas de Europa, la del Estrella Roja, que juega en el majestuosoPequeño Maracaná de Belgrado (en la imagen del artículo) desde la década de los 50.

No obstante, los verdaderamente apegados a la vieja mística del fútbol deben trasladarse a Sudamérica, donde permanecen en pie un buen puñado de coliseos de leyenda. Algunos tan peculiares como La Bombonera de Boca Juniors, dónde las limitaciones de espacio forzaron a una disposición de las gradas que hace sentir a los jugadores una cercanía y una sensación acústica como pocas se darán en el mundo, o como el enorme Estadio Azteca de Ciudad de México, que ha alojado a dos finales mundiales. Mas ninguna ciudad del continente americano concita tantas pasiones en materia futbolística como Rio de Janeiro. Como en dos caras de una misma moneda, allí se levanta la inmensa mole de Maracaná, en la que 200.000 personas apiñadas vieron a Brasil doblar la cerviz ante Uruguay en el mundial de 1950 y la ya muy añeja y elegante morada del FluminenseDas Laranjeiras, que con su cierre oficial –que no demolición- en 2003,  señala el destino algo menos duradero que el de sus predecesoras de estas nuevas catedrales.

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