Las historias naturales

Nacidos de la semilla de gabinetes privados o reales de curiosidades, los Museos de Historia Natural son la consecuencia lógica de la expansión de las ciencias de la naturaleza y el aumento de la curiosidad por sus distintas ramas durante el último tramo del siglo XVIII y el siglo XIX. En ese ya clásico origen, en sus colecciones pacientemente recogidas durante largos años y en los vetustos edificios que por lo común ocupan se funda su solera y ese aire casi misterioso que algunas novelas, películas y tebeos han explotado con éxito.La acumulación y taxonomía de todo tipo de elementos del vastísimo mundo natural -de grandes mamíferos disecados a colonias de escarabajos, de raros minerales a esqueletos de dinosaurios- contribuyen sin duda a ese particular encantamiento que siempre planea sobre estos lugares. Esa sensación que hace tan deleitable su visita y que permite sumirse durante unas horas en un mundo regido por fascinantes leyes botánicas y geológicas y por los hallazgos darwinianos de la evolución.
Sin embargo, sin renegar de esa condición y más allá del tópico, este tipo de instituciones son también modernos centros de investigación que no sólo se conforman con un pasado espléndido, sino que tratan de encontrar respuestas a los desafíos de nuestro tiempo e incorporar modernas técnicas expositivas de sus ricos fondos.

Así, el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, tras pasar por grandes penurias después de la Guerra Civil, vuelve a ser desde los años 90 – y pese a los justos lamentos por su falta de recursos- una referencia para los aficionados a la ecología.
Mientras, por su parte, el Museu de Ciències Naturals de Barcelona, el primero público de la ciudad y abierto en 1882, disfruta del impagable albergue que suponen un palacio modernista y el llamado Castell dels Tres Dragons, así como la vecindad del Parc de la Ciutadella.
Además, su programa de actividades permite profundizar en campos de su competencia gracias a la participación de autoridades en la materia o al emplazamiento de colecciones itinerantes.

También Lisboa cuenta con su correspondiente Museu Nacional de História Natural, cuya sección zoológica lleva el nombre del eminente estudioso José du Bocage y que cuenta con ricas aportaciones de la dilatada aventura colonial lusa.
Junto a estos gigantes, conviven en suelo ibérico otros más pequeños pero igualmente interesantes centros, como el Museo de Ciencias Naturales de Onda, sito en un monasterio carmelitano y famoso por sus vitrinas de animales nacidos con mutaciones genéticas.
O si nuestro entorno más cercano se nos queda corto, siempre podemos aprovechar las vacaciones para franquear las puertas de dos mecas del gremio, el Natural History Museum de Londres, que incluso cuenta con especimenes recolectados por Charles Darwin o valiosos diamantes y  el Smithsonian National Museum of Natural History de Washington.

Id y disfrutad, aunque eso sí, procurad no quedaros después de que cierren sus puertas…

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