Las fortalezas de la fe

Una advertencia: si alguien piensa que un lugar tan pintoresco y tan lleno de patrimonio artístico y humano puede ser un plato de rápido consumo de viajes organizados y apresurados, más vale que vaya desengañándose. Para llegar hasta aquí, por imperativo del gobierno heleno y por reserva monástica, hay que requerir un permiso especial de peregrinaje o justificar un interés académico. Además, se impide tomar fotografías, el acceso de mujeres o niños a los recintos y pernoctar más de cuatro jornadas. Por si fuera poco, hay que tomar el único barco diario que parte de Ouranóupolis y, una vez en la península,  desplazarse a pie por caminos de herradura, muchas veces tan escarpados que requieren de rudimentos de escalada.

Si  se vencen esas dificultades, el premio recompensa con creces. Allí, a la sombra del soberbio Monte Athos, se da con un mundo monástico que, en lo esencial, permanece varado en el siglo IX, momento en el que sus primeros eremitas se refugiaron de la iconoclastia oficial del imperio bizantino y fundaron las primeras de las hasta veinte ciudadelas que habían de acogerles. Asomadas a precipicios o aisladas en lo hondo de los bosques, en ellas se ha preservado una forma de vida que el Estado Griego ha ayudado a proteger abortando el desarrollo de ciudades o la construcción de carreteras. Sólo Dafni, puerto de arribada y sede del concilio de las distintas comunidades, ofrece algunos servicios más o menos elementales.

Las posibilidades de conocer ese microcosmos pasan por alojarse en las hospederías de los monjes, seguir sus severos horarios y su frugal régimen de comidas –estrictamente limitadas a verduras y pescados- y perderse luego por entre sus valiosísimos tesoros: iconos y manuscritos, frescos y relieves. Todo ello tras los fuertes muros de piedra que refuerzan la idea de autonomía y discreción que su estatus especial, regulado por cartas constitucionales propias, les confiere. Tanto es así que algunos consideran que los monjes viven en una república propia dentro de otra república. Sólo que en esta república gobierna una monarquía “divina”.

Simonpetra, Xenophontos, Megisti Lavras –el más primitivo de todos ellos- o Gregoriu, con su aspecto de fortificaciones amuralladas, o las pequeñas ermitas y cuevas que sirven para periodos de reclusión y meditación de los miembros de la comunidad a quienes se avitualla con una cesta atada a una cuerda,  componen una de las estampas más típicas, y también menos fáciles de transitar, de la Macedonia Egea. Pero llegar hasta este universo tan acotado es también como hundirse en el tiempo y en una manera de entender la vida que ha permanecido incólume durante más de diez siglos. ¿Conoce muchos sitios que puedan ofrecer eso con tanta autenticidad?

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