La vía celeste de las cervezas

Se acostumbra a decir que los habitantes de Bélgica, país escindido en dos grandes comunidades culturales, la flamenca y la francófona, comparten a día de hoy pocos afectos. Si tenemos en cuenta que la monarquía ha sido cuestionada desde la Segunda Guerra Mundial y que la selección belga de fútbol hace tiempo que no reverdece sus laureles, el amor a la cerveza quedaría como último símbolo de una identidad menguante.

Y uno de los grandes monumentos vivos de esa historia de fidelidad es la ruta de los monasterios que aún elaboran por sus propios medios las maravillosas cervezas trapistas.

A diferencia de muchas otras cervezas llamadas de abadía, que elaboran marcas comerciales con recetas que antaño usaran los monjes, las que llevan el sello de la trapa se elaboran intramuros de los monasterios y bajo supervisión cisterciense.

Una ruta que los resiguiera podría empezar en el sur del país, en la Bélgica luxemburguesa, entre los venerables vestigios de la abadía de Orval. Subrasserie ofrecerá unas jornadas de puertas abiertas en septiembre. En el ínterin, pueden visitarse la frondosa región o bien acercarse al no muy distante y mítico monasterio de Chimay. Allí, desde 1863, con el agua de un manantial propio, los religiosos, como ellos mismos dicen, consagran su vida a Dios sin olvidar alegrar el corazón de los hombres con su soberbia birra. El mismo empeño tienen en Notre-Dame de Saint-Rémy, cerca de Rochefort, cuyos brebajes son confeccionados con gran discreción por los quince residentes de la abadía. Y aunque no se permita el acceso a las instalaciones cerveceras, es hermoso detenerse en su hospedería y solazarse a fuerza de paseos por su señorial recinto.

Vendrá bien la parada de camino a Sint-Benedictus en Achel, la más pequeña y moderna de las trapas flamencas. Cuando su comunidad decidió en 1998 reemprender la actividad productiva que la fundición de sus alambiques por parte de los nazis interrumpió, recibió el socorro de sus hermanos de Westmalle, con la que será divertido comparar su cerveza. Ésta última abadía, a tiro de piedra de Amberes y en medio un delicado paisaje rural, a produce una de las cervezas oscuras más valoradas del mundo. La vida de estricta observancia de sus miembros no impide conocer su solar y dejarse impresionar por su trabajo. Será nuestra penúltima estación, antes de alcanzar la final gloria cervecera con una visita a Sint Sixtus de Westvleteren. Su fermento secreto apenas puede catarse en la misma trapa, sin que llegue a comercializarse fuera de su reducto con propósitos comerciales. Aunque sería oportuno recordar aquí otro hecho que caracteriza a los trapenses: los beneficios de su negocio se dedican exclusivamente a obras caritativas. Así que bebiendo sus cervezas, pensando en la serenidad de sus huertos y claustros, en el tesoro de minuciosidad y tradición que permite tal esplendor, no sólo nosotros alcanzaremos el séptimo cielo, sino que ayudaremos a otros a alcanzarlo.

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