La Barceloneta de Cerdeña

A principios del siglo XIV, la corona catalano-aragonesa vivía el cenit de su expansión con la ocupación de Cerdeña. Sin embargo, esta isla llamada a servir de granero para un reino con severos problemas de abastecimiento, se convirtió contrariamente en su piedra en el zapato. Las constantes revueltas internas, respaldadas por los genoveses, acabarían por dar muchos más quebraderos de cabeza que alegrías a los monarcas de la casa de Barcelona.

Pero también fue en una de esas revueltas cuando la pequeña villa de S’Alighera, como era llamado en lengua sarda este pequeño y espléndido puerto natural, vería alterado radicalmente su destino: rendidas sus defensas, se expulsó a todos sus habitantes y se repobló enteramente por colonos venidos del campo de Tarragona. Fue la forma expeditiva de asegurarse su sucesiva fidelidad. Lo que nadie podía prever era que fuese a extenderse durante tan dilatado espacio de tiempo.

Porque a principios del siglo XX, pasados quinientos años desde su caída y habiéndose sucedido gobiernos aragoneses, españoles, piamonteses e italianos, la ciudad intramuros todavía conservaba el carácter medieval que le imprimieron sus repobladores y la lengua de uso social de la mayoría de sus moradores era todavía una forma arcaica del catalán. Unos rasgos que solo la eclosión del turismo en los años 60 y la consecuente inmigración y el crecimiento de la ciudad lograron atenuar y reducir.

Hoy L’Alguer es unánimemente considerado el núcleo histórico más rico e interesante de toda la isla, con sus estrechos callejones, sus antiguos palacios e iglesias, sus recoletas plazas y su bellísimo paseo que recorre la muralla marítima. Una atmósfera tan sugestiva como para provocar el espejismo que ha llevado a hablar de la pequeña Barcelona de Cerdeña. Además, las costas de la región, bien preservadas, generosas en pesca, con aguas color turquesa y  escondidas calas custodiadas por torreones medievales, los rastros de necrópolis y nuraghe del neolítico, una deliciosa gastronomía, así como una activa vida comercial y nocturna, la han convertido en una apetitosa puerta de entrada a Cerdeña para turistas del mundo entero. Aunque afortunadamente, fuera de la temporada más alta, todavía en un número suficientemente discreto como para poder deleitarse del país con sosiego y sin aglomeraciones.

Y paradójicamente, ese mismo turismo que amenazó con diluir su vieja identidad, se ha convertido en uno de los principales vectores para su rescate y recuperación: las comunicaciones regulares con Cataluña son un más que convincente pretexto para prolongar la  historia de una milagrosa pervivencia cultural que, ciertamente, tiene algo de insólito y precioso.  Como lo es adentrarse al caer la tarde por su dédalo de calles un punto añejas y decadentes, iluminadas por mortecinos faroles y que nos retrotrae con finísima melancolía a un pasado ya remoto que, pese a todo, sigue vivo y palpable bajo la superficie.

Para más información, visitad la excelente web municipal (en catalán e italiano).

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