Karlovy Vary, capital termal de centroeuropa

Posiblemente, cuando se hace mención a Karlovy Vary no tendría que hablarse de una ciudad termal, sino de LA ciudad termal, la villa balneario por excelencia, por tradición, por fama de sus visitantes y por representar de una forma arquetípica las cualidades que se imaginan cuando se piensa en una localidad de este tipo.

Delirante sucesión de residencias palaciegas, quintas melancólicas y soberbios edificios renacentistas o decimonónicos, Karlovy Vary emana esa ambigua sensación de esperanza y languidez que el espíritu finisecular imprimió en ella con una fuerza imborrable. Por su aire flota ese esplín de los enfermos que iban allí a curar sus males físicos, pero también y sobre todo espirituales y, a la vez, el encanto de la vida pese a todo, con toda su capacidad de generar cosas tan hermosas como la de esas alamedas y casas porticadas suyas junto al río Tepla.

La ciudad, desarrollada por prerrogativas imperiales a partir de 1370, creció de forma muy sólida a partir de mitades del siglo XVIII cuando la fama de su clima y sus aguas medicinales se extendió. Enclave muy importante en la órbita cultural germánica, de hecho su nombre teutón de Karlsbad es incluso más conocido que el checo, se beneficio de la debilidad que por ella sintieron figuras como Goethe o Beethoven. Y aunque tras la Segunda Guerra Mundial, como el resto de los Sudetes, padeció una eslavización forzosa, el sello y la fisonomía alemana de la localidad no admiten discusión.

Hoy, como tantas otras ciudades termales románticas del mundo, conviven en ella los espectros del pasado, esa impronta señorial que le otorga solera, y los intentos de adaptación y dinamización propios del siglo XXI. Pero pese a las mareas de turistas veraniegos y a que sus hoteles y mansiones ya no sean coto exclusivo de las clases adineradas, Karlovy Vary conserva un pulso tradicional en su forma de vida y economía. Ahí quedan industrias artesanas como la del vidrio Moser, la del licor Becherovka o la de los lujosos spa. Porque la fidelidad de sus 13 manantiales principales, ramificada en otros 300 secundarios sigue siendo su fuente primordial de riqueza. Ese discurso subterráneo de aguas sulfurosas que hace que cuando se pasea por ella se sienta como la reverberación de un extraño poder, como si a las corrientes acuáticas, cuando el otoño hace virar los bosques caducifolios de Bohemia y todo se sumerge en una atmósfera de fábula, se les superpusiera una corriente mística.

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