Islas de fuego y silencio

Hay veces que nuestra imaginación nos transporta a esos lugares cuyo principal atractivo es su condición remota y salvaje, en los mismos confines de la tierra y de difícil acceso  por medios convencionales: las montañas del Tíbet, las playas polinesias, la taiga siberiana… Y, sin duda, las islas aleutianas hallarían fácil acomodo en esa geografía de la lejanía.

Como un reguero que jaspea el sur del Mar de Bering y une Asia con América, este archipiélago se halla en uno de los lugares más complicados del mundo. Parte del llamado anillo de fuego del Pacífico y cerca del ártico, con sus cincuenta y siete volcanes y muchos géiseres, está situado entre dos placas tectónicas y dividido entre Alaska y Rusia, estado al que pertenecen sus enclaves más distantes de la costa americana.

Unas circunstancias que no arredraron a sus primeros pobladores, aquellos que hace 30.000 mil años franquearon el océano para buscarse en ellas el sustento. Algo que este pueblo, que se llama a sí mismo unagan y que los demás conocen como aleut, hizo admirablemente gracias a un notable desarrollo de técnicas de caza y pesca. De hecho, sus kayaks, hechos con madera, fibra de ballena y pieles de mamífero, fueron una de las primeras cosas que llamaron la atención de los colonizadores rusos cuando llegaron a esas costas en 1750. Y la misma habilidad que les había procurado la supervivencia se convirtió en su maldición, pues los súbditos del zar los sumieron en un duro periodo de esclavitud, dedicados a la captura industrial de pieles. Algo que no alteró la posterior soberanía estadounidense a partir de 1867 y que supuso una casi extinción de su cultura precolonial. No fue hasta 1924 cuando pasaron a ser ciudadanos con derechos, aunque aun en la actualidad sus medios tradicionales de vida no hayan sido restituidos y muchos de los 8.000 nativos trabajen en las factorías piscícolas americanas.

Sin demasiadas facilidades turísticas, pese al interés etnográfico de su sociedad, cuya lengua propia se halla muy amenazada de extinción, un abrupto, solitario e único paisaje y algunos curiosos testimonios de la ocupación rusa, como la iglesia ortodoxa en la isla de Nawan-Alaxsxa, no resulta sencillo llegar hasta aquí. Un caro avión desde Anchorage o una larga travesía en trasbordador desde Kodiak son todas las opciones regulares. Porque sí, ciertamente, como anunciábamos al principio, éste es uno de los lugares más apartados e insólitos con los que puede juguetear nuestra fantasía.

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