Huellas de la vida

No es cuestión de luchar contra el paso del tiempo y sus huellas en nuestra piel, sino retrasar su temprana aparición como consecuencia de expresiones comunes en cada rostro. Gracias a la gimnasia facial podemos dar luminosidad y más vida a nuestro cutis sin renunciar a nuestra madurez.

Fácil y rápidamente podemos practicar una serie de ejercicios diarios que nos permitan mantener sana y elástica la piel de la cara, ya que la flacidez también afecta a la tez. Para realizar gimnasia facial debemos colocarnos en una postura en la estemos cómodos, nos relajamos y ejercitamos cada parte conflictiva del rostros.

La frente sufre especialmente las líneas de expresión. Para frenar un poco esas, normalmente, muy pronunciadas arrugas, ponemos las yemas de los dedos sobre las cejas. Una vez las hayamos cubierto por completo, presionamos hacia dentro y abajo, al mismo tiempo que intentamos subir las cejas, después relajamos la frente. Debemos repetir este ejercicio en sesiones de diez. Si queremos, además, alisar un poco las arrugas del entrecejo, deberemos situar los dedos índice y corazón entre ceja y ceja y desplazarlos suavemente por esta parte de la cara hasta las sienes.

Las patas de gallo, las ojeras y bolsas en los ojos pueden estropear innecesariamente nuestro rostro. Más que de los años, son rastro del estrés y las preocupaciones y siempre podemos suavizarlos, si ya han aparecido, o prolongar su ausencia, en caso contrario.

Contra las arrugas que aparecen en la piel lateral de los ojos, repite este ejercicio diez veces al día: abre los ojos todo lo que puedas y luego ciérralos lentamente. Después, realiza éste otro quince veces: cierra y abre lentamente los ojos moviendo sólo el párpado inferior y sin fruncir el ceño.

Otro talón de Aquiles es la peleona papada, ese descolgamiento de la piel inferior de la barbilla. Un consejo casero es masticar mucho chicle; pero en gimnasia facial se trabaja con los hombros relajados, levantamos un poco la barbilla y colocamos los dedos en los músculos de la mandíbula. Una vez tomamos esta postura, desplazamos el maxilar inferior lo máximo posible hacia delante durante siete segundos, relajamos la zona y repetimos, al menos, cuatro veces más el ejercicio.

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