Hechizo popular

Desde luego que no hay que menospreciar la influencia que los recuerdos o la familiaridad pueden tener en nuestro gusto por las cosas. Pero si nos imponemos un poco de distanciada objetividad, tendremos que reconocer que algunos lugares han conseguido crear o retener una atmósfera, unas bellas formas de construcción, un entorno natural, unos modos de relación y vida con más encanto que otros.

No es nuestra intención establecer escalafones, solo hacer unas sugerencias que los lectores podáis completar y discutir Y por razones comprensibles, ni siquiera nos iremos muy lejos: en la misma piel de toro abundan los candidatos a pueblo más hermoso. Si reseguimos las costas atlánticas y cantábricas, con algunas incursiones al interior para admirar Mondoñedo o Piornedo, asoman verdaderos arquetipos de pueblos marineros encantadores: Lluarca y Cudillero en Asturias, Santillana del Mar en Cantabria o Lekeitio y Bermeo en Euskadi bien merecerían aspirar al título. Pero la arquitectura tradicional vasca, con sus caseríos blancos o de piedra y sus travesaños de madera pintada en colores encuentra algunas de sus mejores realizaciones en las tierras interiores del país, y su máxima expresión en las montañas navarras: las joyas de Etxalar, Arizkun, Otsagabía o Isaba no admiten enmienda.

Si continuamos adentrándonos por los senderos de Pirineo y el Prepirineo corremos el riesgo de no acabar jamás esta relación, pero parece de justicia hacer aquí un hueco a las delicias aragonesas de Ansó, Echo, L’Ainsa y Sos del Rey Católico, y ya en dominio catalán, de Castellar de n’Hug> o de Santa Pau. Aunque para muchos, catalanes o foráneos, sus mejores tesoros se escondan en las cercanías de Girona y el Empordà: Pals i Peratallada esculpidas en roca, Besalú o la sinpar Cadaqués. Y los tesoros de la antigua corona aragonesa no se agotan ahí. Es más, en Mallorca son legión: Artà i Pollença, Sòller y Valldemossa ¿Cuál más bello? Mientras que las vecindades del Maestrazgo, ya del lado castellonense con la imponente Morella o del turolense, con Vallderoures, Mirambel y Cantavieja bien merecen la visita. Y también a la recóndita Teruel pertenece uno de los favoritos a cualquier hipotético concurso: Albarracín. Pero apenas hemos cubierto media península y ya nos apura el espacio.

¿Cómo batir la vasta Castilla sin mencionar al menos las plazas de Calatañazor y Medinaceli, de Covarrubias y Sepúlveda, de Ciudad Rodrigo y Brihuega y Chinchón? Y si nos allegamos a Extremadura ¿Cuánto no engrosará la nómina? Aun si la ensanchamos por lo bajo, habrá que contemplar a Trujillo, Valencia de Alcántara, Zafra y Jerez de los Caballeros para no desacreditarnos del todo. Y resignándonos a no explorar hoy los senderos portugueses o a ser cicateros con Las Canarias y mencionar sólo de pasada bellezas como La Orotava o Icod de los Vinos, aun nos queda el inmenso patrimonio andaluz por desgranar: de Cazorla y Úbeda a Vejer de la Frontera, Osuna, Carmona, Ronda o Baena: puro delirio.
Hasta aquí llegamos nosotros, pero seguro que tienes alguna cosa que objetarnos. Estamos deseando oírla.

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