Gradas de oro

En algún momento de finales del pasado siglo, el fútbol empezó a dejar de ser el deporte rudo y atrabiliario de las clases populares, principalmente europeas y sudamericanas, para mundializarse por un lado y coger una aureola glamurosa por otro. Se fue tornando en negocio global que ya no contaba con la venta de entradas a los hinchas de siempre como fuente principal de beneficios, sino en los ingresos televisivos y publicitarios, y que suponía una plataforma promocional excepcional para aquellas personalidades exhibicionistas que ocuparan la presidencia de los clubs. Y en eso llegaron los grandes millonarios a quienes eso de poseer un equipo parecía el colmo del estilo y del carisma.
Y en esas estamos.

Hubo ya pioneros, como el inefable Silvio Berlusconi, que fue de los primeros en explotar la popularidad que ofrece el deporte rey mediante el AC Milan. O en España, aventureros de los negocios como Jesús Gil alcanzaron la tribuna de clubs tan importantes como el Atlético de Madrid, aunque en su caso fuera mediante elecciones y no por una compra pura y dura.

Sin embargo, ha sido el gran dinero ruso o árabe el que en los últimos tiempos ha marcado el paso. En los propios países primero y en el extranjero después. El ejemplo más eminente, también por su ostentosidad y notoria inclinación a decidir no sólo en lo institucional sino también en lo deportivo, fue el de Roman Abramovich. Desde su compra del Chelsea londinense en 2003 ha gastado muchos millones en convertir a ese pupas de la liga inglesa en un pura sangre. Lo ha conseguido…a medias: los de Stamford Bridge están ahora entre la elite de la Premier y se ha coronado en tres de sus recientes ediciones, pero todavía no ha catado las mieles de la Champions League.

No es el único magnate que ha querido dejar huella en el fútbol más legendario que existe. Vladimir Romanov es el máximo accionista del Hearts de Midlothian, un clásico del futbol escocés, si bien hasta la fecha el fruto de sus empeños ha sido escaso. Más fortuna parece estar teniendo el grupo inversor de los Emiratos Árabes, que se ha hecho con el mando del Manchester City. Los citizens están viendo reverdecer sus laureles con una de las mejores plantillas del mundo y han logrado este año una goleada histórica a costa de sus eternos rivales y vecinos del United, controlados a su vez por los Glazer, una familia de inversores estadounidenses.

En España, el perfil de adinerado con afán de protagonismo y ganas de hacer suerte en el balompié ha tenido perfiles más neblinosos. Alguno de ellos se ha saldado incluso con deudas y espantadas, como las de Dmitry Piterman, presidente del Alavés primero (ahora abismado en segunda B) y del Racing de Santander después. Club desgraciado este, pues también se ha visto abrazado por los tentáculos de Ahsan Ali Syed, un empresario indio que tras muchos incumplimientos de sus promesas, se encuentra hoy  dado a la fuga por una orden de búsqueda de la Interpol.

Con todo, es sólo un caso extremo del tipo de figura más bien dudosa que se ha aproximado al mundo del balón. Así que ya sabes, si quieres comprar al club de tus amores y dirigirlo como se te antoje, basta con hacerte con una fortuna y comprar la mayoría de sus acciones. Bueno, de todos no. En nuestra liga todavía quedan en pie cuatro instituciones, Barça, Osasuna, Athletic Club y Real Madrid, que son asociaciones deportivas no mercantiles y por tanto propiedad de los socios, por más que algún presidente vanidoso se de humos de ser su dueño y señor.

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