Grada preferente

Ahora que ni todo el oro del mundo bastaría para poder ver al Real Madrid jugando la final de la Champions en su estadio, seguro que algunos de sus aficionados estarían dispuestos a pagar lo que no tienen por revertir esa situación. Pero si lo pensamos en frío, los precios que a veces se exigen para acudir a ciertas citas deportivas causan vértigo y estupor.

Sin duda, hoy que la televisión abona derechos millonarios para retransmitir los grandes acontecimientos hasta en los rincones más recónditos, lo que se vende con el directo es algo más que el espectáculo en sí: es el decir “yo estuve allí”, la promesa de una experiencia que pueda determinar la propia historia personal en un mundo en el que el deporte parece haber sustituido a otros ritos de paso y momentos decisivos. Y habrá ocasiones en las que, para quien valore este tipo de cosas, la adquisición habrá merecido la pena. Un fuerte desembolso puede compensar si a cambio se ve a Usain Bolt convertirse en el hombre más rápido del mundo, al Barça culminar la mejor temporada desde su fundación, a la selección galesa reconquistar el seis naciones de rugby en un campo inglés u otros deleites e instantes de ensueño acordes a las inclinaciones de cada uno. Además, el dinero siempre es relativo a la cantidad de él y a las prioridades para gastarlo que se tengan.

No obstante, si abordamos el asunto de la forma más objetiva posible, podemos reseguir algunos de los eventos que han pedido un mayor entusiasmo en taquilla por parte de los paganos.

Es por ejemplo el caso de las recientes finales de la liga estadounidense de Futbol Americano: las superbowl. Por lo menos puede considerarse el partido anual que más se ha encarecido con el paso del tiempo. Así, la misma entrada ordinaria que en la edición de 1969 costó 12 dólares, había llegado en 2007 a los 700. Pero la inflación más brutal estaba por llegar, porque las de 2011 se andan vendiendo por más de 2.000 dólares las más baratas. La pregunta es ¿Tiene techo este proceso? La respuesta quizás se encuentre en una constatación: si quieres conseguir una de ellas y estar en Dallas el próximo enero, mejor que te vayas dando prisa en sacarlas.

Sin embargo, todavía hay asistencias más onerosas. En el refinado y exhibicionista ambiente del Derby de Kentucky, uno puede mercarse unas modestas entradas en lugares más bien remotos de los hipódromos por precios si no populares, sí asumibles: unos 50 dólares por ticket. Pero si lo que quiere es gallear entre la jet set americana, más le vale preparar la cartera. Un acceso a la tribuna de la sección 319-321, sobre la misma línea de llegada, costará para la edición de este mayo 9.552 dólares.

Aun así, muchos siguen considerando que, por término medio, el acontecimiento más caro de la historia fue un combate entre Sonny Liston y Cassius Clay en Miami Beach. Para acudir a su grada preferente hubo que abonar 250$ de…1964. Pero eso no es lo sorprendente: lo insólito es que las entradas más económicas costaban 20$ del ala y daban derecho a meter una silla dentro del recinto, mientras que las de 50$ permitían, como se puede observar en fotos del estadio, atisbar algo de lo que ocurría en el cuadrilátero con la ayuda de unos binoculares. Increíble, si tenemos en cuenta que algunas previsiones aseguraban que Clay “durará la mayor parte del primer asalto.”

Pero claro, eso combate y la victoria del futuro Muhammad Alí cambiaría para siempre la historia del boxeo, y muchos de quienes estuvieron allí nunca lo olvidarían.

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