Exiliarse a Siberia

Siberia constituye más de un 75% del territorio de Rusia, aunque también es, con diferencia, la zona menos poblada. Nada tienen que ver sus tierras, casi salvajes, con la elegante y europeizada Rusia, que materializa su esplendor en ciudades como San Petersburgo y Moscú.

La zona empezó  poblarse a mediados del siglo XIX, probablemente coincidiendo con la abolición de la servidumbre; pero fue a raíz de la inauguración del transiberiano -el ferrocarril todavía activo que, desde 1903, une la costa del Pacífico con Moscú- cuando comenzaron a multiplicarse los viajes a este vasto territorio. Su puesta en marcha supuso todo un milagro para la ingeniería de la época: el recorrido del tren se prolongaba a lo largo de siete días, atravesando nada más y nada menos que ocho husos horarios, hasta finalizar en Vladivostok (Mar de Japón).

La tierra siberiana esconde verdaderas maravillas paisajísticas, aunque sin duda su fama se debe, principalmente, a que durante el mandato de Stalin se convirtió en un destino fatal para los prisioneros del régimen que, alejados de la civilización, eran castigados a realizar trabajos forzados. Más tarde, estas tierras sirvieron a Rusia como fuente de recursos naturales y hoy en día se han convertido en un destino turístico original, perfecto para viajeros que buscan vivir una experiencia diferente, que incluye paisajes asombrosos y una apasionante historia.

En invierno, Siberia puede alcanzar temperaturas de hasta 50 grados bajo cero, sin embargo, coincidiendo con nuestro meses más calurosos, oscilan entre los 17 y los 22 grados; convirtiéndose en un destino perfecto para huir del “calor africano” que con tanta intensidad aprieta.

A la hora de planear un viaje, no hay que perderse la ciudad de Irkutsk, con su original barrio de madera; ni el lago Baikal, del que se dice que atesora el agua más pura del mundo. Otro pueblo maravilloso es Litsvyanka, muy diferente a Khabarovsk, la ciudad industrial más llamativa, construida en arquitectura constructivista a mediados de los años 30.

Un viaje inolvidable a un territorio donde la globalización todavía no está del todo presente. Un lugar donde el paisaje y la historia se dan la mano en un inolvidable diálogo.

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