Estilo en la mesa

Los chinos fueron los primeros en dar con su fórmula (como con la de casi todo) allá por el siglo VI y desde los primeros contactos mercantiles de occidente con el Imperio del Medio se convirtió en una mercancía muy apreciada. Tanto que hubo muchos intentos de imitarla, algunos incluso suficientemente conseguidos como para la técnica de producción haya sobrevivido hasta nuestros días.

Pero hubo que esperar al siglo XVIII para obtener las primeras réplicas fidedignas. En realidad, se puede hablar de una reinvención en toda regla que provino del ingenio de un aventurero y alquimista alemán, Friedrich Böttger que un poco por azar se hizo con una fórmula casi análoga a la de la porcelana china. Gracias a ella estableció una fábrica con patrocinio real en Meissen, Sajonia, que fue la nodriza de otras muchas en el continente, fundadas a medida que algunos de sus técnicos se mudaron a lugares como Viena o Nápoles y llevaron con ellos las técnicas necesarias para la producción de esas piezas blancas y refinadas que pronto harían furor en las mesas principales. Manufacturas como la Nationale de Sèvres en Francia o La Real Fábrica del Buen Retiro alcanzarían en años sucesivos fama y distinción por sus producciones y algunas ciudades han quedado ligadas desde la época de esas primeras instalaciones de industria cerámica, como es el caso de Limoges o Thuringia.

Lo cierto es que el gusto por la porcelana se consolidó a lo largo del siglo XIX y ha llegado a nuestros días, si bien es cierto que el cambio de las costumbres y la proliferación de métodos fabriles más rápidos y baratos de confeccionar vajillas ha desplazado su uso a ocasiones festivas o incluso al coleccionismo. Porcelana decorativa aparte, de la que hablaríamos en otra ocasión.

Con todo y con ello, y no pocas veces con dificultades derivadas de la competencia internacional en un mercado globalizado y, sobre todo, de las importaciones baratas de productos de segunda clase, resisten en España un puñado de productores que en algunos casos forman parte de nuestro patrimonio industrial más venerable. Algunas, además, tienen un sello particularísimo y fácilmente reconocible, como la decana Sargadelos. Esta institución gallega, si bien refundada a mediados del siglo XX, tiene como compañera de viaje y testigo también de excepción de una historia accidentada a la renacida fábrica de La cartuja de Sevilla. Otras se han quedado en el camino, como la clásica Porcelanas Bidasoa, que pese a facturas tan esplendidas como las que salían de su sede de Irún, no resistieron a la acumulación de deudas, Porcelanas del principado o Capeans, que pese a su otrora situación de privilegio como proveedora de la casa real, ha tenido que hacer frente a un proceso concursal.

Con una orientación más contemporánea y funcional, también tienen gran predicamento las colecciones de la Montgatina, que ha surtido a muchos de los grandes hosteleros catalanes. Otro tanto puede decirse de la valenciana Porvasal o de las lusas Vista Alegre y Costa Verde. Ellas conforman hoy a la vez la retaguardia y la vanguardia ibérica de una manufactura con mucha tradición y que sería una verdadera pérdida que terminase por perderse.

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