Entre laureles

Poco debía sospechar Frederick John Perry que el lugar que le reservaba la gloria sería más como icono de la moda que como mito del tenis. Y eso que en esta disciplina no solo sigue siendo considerado el mejor jugador británico de todos los tiempos, sino que figura en la reducidísma nómina de quienes han completado el Gran Slam con triunfos en los cuatro grandes torneos.

Pero en 1952, ya retirado de las canchas y asociado con un exfutbolista austriaco, tuvo la idea de lanzar al mercado una camiseta tipo polo para uso eminentemente deportivo. La empresa, que se valió del prestigio asociado a su nombre no solo como tenista sino como playboy, fue un éxito inmediato. Y sin grandes altibajos se prolonga hasta nuestros días.

La sorpresa, no obstante, fue que sus productos empezaran a popularizarse más fuera de las pistas que dentro de las mismas. Caracterizada por su corte ajustado, sus sobrias mangas rayadas y cuello con pequeños botones y los emblemáticos laureles bordados sobre el pecho, se convirtió en prenda identificativa de los jóvenes modernos ingleses, que disponían así de una pieza de vestuario cómoda, urbana y resistente a la par que estilosa. Fred Perry devino de ese modo en la marca que inauguró una tendencia pionera: la de ropa de sport asimilada por las subculturas juveniles.
Sin embargo, la fidelidad al diseño y patronaje original ha ido convirtiéndola en una referencia clásica, que lo mismo ha atraido a compradores de gustos tradicionales que a sucesivas hornadas de amantes de lo retro.

Hoy Fred Perry factura también camisas, bolsas, zapatillas y otros accesorios. No obstante, siguen siendo sus polos abotonados de algodón los más requeridos por el público, y posiblemente también una de las prendas más imitadas y falsificadas de la historia de la moda.

En manos hoy de un grupo de capital japonés, que ha relanzado la marca pero se ha cuidado muy mucho de no apartarla de su imagen quintaesencialmente británica, es ya un objeto de culto, una imagen paradigmática del vestuario del siglo XX y lo que llevamos de XXI. Y el rubro definitivo de su atemporalidad lo tenemos en que todavía hoy lo mismo pueda verse enfundados en una de sus camisetas a mozos imberbes que a los más veteranos de la casa.

Porque aunque haya quien considere su precio un poco hinchado, sus incondicionales recuerdan que uno no solo se está haciendo con una prenda de alta calidad en su manufactura, sino con una de aquellas que pasarán sin problemas de padres a hijos porque no caducarán jamás. Y de momento llevan la razón.

Comentarios

Deja un comentario