Elegancia tropical

Esta es una historia de tornasoladas palmeras y flores de hibisco estampadas sobre llamativos fondos de color. ¿Te apetece oírla?

Puede que no. Porque es poco menos que una convención considerar a su objeto como un símbolo hortera por excelencia, casi el paradigma de la decadencia de la moda masculina. Y para otros no pasa de ser una prenda desenfadada y playera que sólo se saca del armario para hacer parrilladas en el jardín en pleno agosto o para pasearse frente a un paseo marítimo. Pero en todo caso, siempre lejos de cualquier asociación estilosa y digna de vestirse en ocasiones de lucimiento.

Y sin embargo, si la antigüedad fuese un grado, la camisa hawaiana podría presumir de llevar ya más de 70 años en los armarios masculinos y de haber sobrevivido a todos los vaivenes de la moda. Incluso más allá, de haber conseguido resistir a cada intento por enterrarla, hasta conseguir enlazar con el gusto por las prendas étnicas o con sucesivas corrientes de exaltación del exotismo retro.

Pero no acaba ahí su fuerza, porque igual que cuenta con intransigentes detractores o personas que simplemente la desprecian, también tiene entusiastas defensores, que exaltan su comodidad, su alegre belleza y artística variedad, su impacto en la imaginería de la cultura popular y su valor como icono de una idea hedonista y desinhibida de la vida. Y que en consecuencia, las coleccionan y las visten en cualquier ocasión con fervor militante.

La camisa Aloha, que es su nombre comercial original, nació como de todos es sabido en Hawai, aunque sus primeras manifestaciones tengan ecos casi misteriosos: en un taller de Waikiki, Ellery Chun empezó a coser con excedentes de viejas telas japonesas que tenía en su almacén anchas camisas inspiradas en el patrón de las que llevaban los trabajadores de los cañaverales de azúcar.  Rápidamente, sus vivos diseños llamaron la atención de los nativos y aficionados al surf  y, después de la Segunda GuerraMundial, fueron los militares estacionados en el archipiélago quienes las dieron a conocer al llevarlas como regalo al volver a sus casas en Estados Unidos. Cuando en los cincuenta Hawai ya se convirtió en el destino de vacaciones soñado por todo americano, aunque solo se lo pudiese permitir la clase acomodada, su popularidad aumentó. Y cuando artistas de cine, famosos de variado signo y hasta presidentes americanos la empezaron a llevar en apariciones públicas, la fiebre se desató.  Y proliferaron en consecuencia. También, claro está, sus remedos, sus copias de inferior calidad y producidas fuera de las islas.  Pero aun así, con el paso del tiempo, se consolidó en ellas como un mascarón de proa identitario, algo que sintetiza un espíritu y un modo de vida.  Tanto es así que, en Hawai, se considera una prenda apta para asistir al trabajo, mantener reuniones de negocios o incluso acudir a bodas y fiestas. Y de paso, es una de sus industrias de exportación más lucrativas.

Lo cierto es que si en un comienzo se elaboraba de modo casi artesanal, cosidas con once piezas de tejido, hoy existe un amplio abanico de camisas, de aquellas en que los clásicos motivos polinesios son ilustrados por artistas locales a producciones fabriles seriales y para turistas que no quieren gastarse mucho dinero. El rango de precios es, en consecuencia, también muy amplio. Basta teclear en un buscado “Aloha shirts” para ver el vasto surtido de ellas que puede encontrarse y la diferencia entre las piezas de más alta calidad y aquellas más modestas. Pero en el fondo, parte del Aloha Spirit consiste en no preocuparse tanto por el qué dirán o las apariencias y dejarse llevar por los propios gustos: flores de la pasión, cabañas de paja, palmeras, tallas de dioses, tablas de surf… todo vale con tal de sentirse transportado al paraíso.

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