El viaje más importante

Si el viaje es siempre expansión de la conciencia y ensanchamiento del conocimiento, entonces es posible que el ”viaje” del HMS Beagle sea el primero en relevancia y alcance de cuantos se hayan realizado.

Y eso que los precedentes no eran buenos. La primera vez que se hizo a la mar, tras su lucido estreno cinco años antes en un desfile londinense, fue para una expedición hidrográfica a Tierra de Fuego. Pero su capitán Pringle Stokes, confrontado a los desolados páramos de la región, perdió el juicio y acabó por suicidarse.

Pero en 1831 a su nuevo oficial al mando, el capitán Robert FitzRoy, le fue encomendada una nueva misión: una exploración de las costas sudamericanas. FitzRoy, consciente de la desdicha de su predecesor, pidió a su superior en el almirantazgo que le buscara a alguien que pudiera hacerle de compañero durante el trayecto y aliviar la soledad de la comandancia del navío. A cambio, ese alguien dispondría de grandes libertades para ejercer tareas de naturalista. El elegido fue un jovencísimo geólogo llamado Charles Robert Darwin.

El barco abandonó en diciembre de aquel mismo año el puerto de Plymouth y no volvió a Inglaterra hasta casi cinco años más tarde, tras haber pasado por América del Sur (incluidas las Islas Galápagos), Nueva Zelanda y Australia. Un tiempo y recorrido más que suficiente para que aquel desconocido naturalista recogiese materiales y acumulase observaciones que luego publicaría bajo la forma de un diario de viaje que le convirtió en un autor reputado ya entonces.

Sin embargo, lo más decisivo estaba por venir: la lenta reflexión de todo lo visto que le llevó a formular en 1838 su teoría de la selección natural y a redactar ya en la madurez su celebérrimo ensayo ”El origen de las especies”, donde asoma por vez primera la teoría de la evolución y se funda toda la biología moderna. Extraordinariamente osada para su tiempo, ya que Dios dejaba de ser una explicación necesaria de la creación del mundo, y fuertemente discutida por los estamentos religiosos, sus asertos han nutrido una fecundísima rama de la investigación científica que hoy apenas es negada por grupos muy estrictos de creyentes. Tanto como los viajes de los primeros descubridores, el del Beagle abrió las puertas a un mundo inmenso y desconocido antes de que zarpara.

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