El sendero de los incas

Takesi – del aymara t’ak’i que significa camino- es el nombre que desde épocas muy lejanas se da precisamente al camino por excelencia de esa cultura, que desciende de las civilizaciones precolombinas y que, solo ahora, tras siglos de postergación y  asimilación, empieza a conocer un verdadero reconocimiento de sus derechos.

Con su siempre sorprendente por perfecta y esmerada técnica de construcción, los incas construyeron esta calzada que comienza a 2800 metros de altitud en la vecindad de Ventilla, asciende hasta la aldea de Takesi que da nombre a toda la ruta, alcanza su punto culminante a más de 4.500 metros en el corazón de los Andes, y desciende luego hasta Yanacachi, ya en la cálida vecindad de la jungla.

En realidad, ese es solo un fragmento especialmente bien conservados de la tupida red de senderos que iban del llano de la Paz a los llanos y que servían para los intercambios comerciales de una sociedad que la conquista desintegró fatalmente.

Pero por lo menos los vestigios de esta magna obra, para maravilla de sus transeúntes, perduran, sin descartar que los arqueólogos todavía puedan encontrarse nuevos tramos o cuanto menos identificarse. Y algunos de sus rasgos deslumbran por su ingenio: así su sistema de colección de aguas para evitar su encharcamiento o la colocación de las piedras en forma gradual para asegurar el paso en los tramos más empinados hablan de muy avanzados conocimientos de albañilería y arquitectura.

Recorrer el Takesi significa así un continuado y deslumbrante contraste entre unos paisajes de vértigo y los muchos rastros arquitectónicos de ese pasado ya perdido, sin descontar desvencijadas misiones caídas en el olvido o el acceso a formas de vida indígena que sí han conservado muchas de las trazas que tenían antes de la colonización con sus enclaves de casas de piedra y tejado de paja: toda una proyección a los tiempos en que esta senda era una arteria fundamental de intercambio para los antepasados.

Sin embargo, y pese a lo relativamente corto del recorrido, los desniveles, la falta de comodidades convencionales y, sobre todo, los peligros del soroche, hacen que abordar el camino implique una cierta preparación y un estado de forma de senderista aceptable. Un pequeño sacrificio compensado por todo lo que este hilo físico con el pasado andino nos ofrece a cambio.

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