El patrón de los marineros

Tras la predicación de San Patricio, el cristianismo se enraizó en la céltica Irlanda con fuerza singularísima. Pero pronto la isla esmeralda se quedó pequeña para el furor evangelizador de sus monjes. Y subidos en primitivas barcazas, los curraghs, se lanzaron al mar para descubrir nuevas tierras en las que expandir las escrituras.

Uno de ellos, abad del monasterio de Clonfert, fue quien llevó más lejos su ambición misionera. Junto a diecisiete de sus hermanos se embarcó un día de marzo del año 516 con rumbo al mismísimo paraíso terrenal. Tras multiples peripecias, arribaron a unas islas que algunos identifican con Terranova, otros con el Caribe y aún terceros con las Canarias. Al menos, eso le atribuye la Navigatio Sancti Brandani, la narración que en el siglo X oXI difundió su odisea por occidente.

En su hipotética travesía, Brandán y sus compañeros atisbaron muchas maravillas. Hicieron escala en la Isla de las Ovejas y después en una desierta ínsula en la que celebraron misa, sólo para descubrir que se trataba de una ballena gigantesca. Su azorada huida les llevó al paraíso de los pájaros, donde las aves les acompañaron en sus cánticos, cruzaron mares monstruosos plagados de quimeras que custodiaban el infierno y, finalmente, tras cruzar neblinosas aguas,  se plantaron en la misma frontera de la tierra de promisión. Allí un hombre misterioso les incitó a darse la vuelta, un mandato que obedecieron. A su retorno a Eire, Brandán murió en olor de santidad.

La leyenda gozó de un éxito fabuloso durante los siglos sucesivos y fue objeto de comentarios, disquisiciones y ramificaciones. Brandán se convirtió, naturalmente, en el santo patrón de los marineros e hizo fructificar nuevos mitos. Uno de los más peculiares nació en esas Islas Afortunadas que habría visitado la embarcación del monje. La de una isla evanescente, que entre El Hierro y La Gomera surge del mar para volver a desaparecer y que fue bautizada como Isla de San Borondón, en memoria del nombre castellanizado del religioso irlandés. Y fuese espejismo, ballena errante o pedazo de tierra a la deriva, en el siglo XVI llegaron a hacerse planes para su conquista y algunos navegantes juraron haber fondeado en ella. Ese es el poder de los grandes viajes, que siguen germinando y haciendo ensoñar a los hombres centurias después de haberse puesto en marcha.

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