El patio trasero de la nada

Quien sabe si el inminente estreno de la película Australia, Nicole Kidman y Hugh Jackman mediante,  puede tener el curioso efecto de promocionar turísticamente uno de los parajes más inhóspitos y aislados del mundo. Porque aunque represente una porción muy importante de su territorio, sólo una décima parte de su población habita el outback australiano, las regiones áridas y salvajes del interior del continente, y aunque lo recorran precarias carreteras, la forma usual de acercarse a las explotaciones mineras y granjas ganaderas que lo han escogido como emplazamiento es la avioneta.

Eso sí, esta vasta tierra abrupta y arcillosa, también apodada con verbigracia nunca-nunca o la parte de atrás del más allá, tiene un peso muy considerable en el imaginario cultural del país. Lugar de forja de leyendas, prueba del ocho del verdadero espíritu pionero, espacio mitificado por poetas nacionales como Banjo Paterson: las bellezas del outback se revelan no sólo a los amantes de los paisajes extremos, sino a todos los degustadores de poderosos contrastes, de formas de vida irrepetibles y de una flora y fauna endémica y sin parangón en el mundo: porque estos son los dominios de los canguros y de los dingos, así como de muchas especies de reptiles.

Aunque quien haya leído hasta aquí podría estarse llevando la impresión de que esta pedazo desolado de planeta, calcinado en verano y sacudido por tormentas tropicales durante la estación de las lluvias, es poco menos que una tierra de marca en la que sólo se aventuran los audaces o los desesperados. Y sin embargo, esta es la casa ancestral del pueblo aborigen, el único lugar en el que tras la brutal colonización inglesa pudieron mantener sus antiquísimas formas de sabiduría y por el que todavía transitan los senderos del sueño que en su mitología recorren Australia.

Territorio aún por descubrir –apenas Ayers Rock, el Urulu de los indígenas y montaña icónica de su cultura recibe una afluencia apreciable de visitantes- está por ver si los presuntos encantos del susodicho film sirven para atraer hasta él a nuevos curiosos. Ahora, habría que avisar de los riesgos que se corren: perderse y no encontrarse, sufrir picaduras de innumerables alimañas venenosas, verse sometido a su severa climatología, restringirse a la dudosa gastronomía de sus pocos lugares habitados y, sobre todo, enamorarse de su feraz e indomesticada verdad.

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