El latido de San Francisco

Aunque Jack Kerouac y sus amigos de la Generación Beat hubiesen glorificado una forma de vida errante, “en el camino”, también tuvieron sus santuarios para compartir su afición por la poesía y por la filosofía oriental, su gusto por el jazz y su rebelión contra el consumismo y la represión moral norteamericana.

Cassady, Burroughs, Ginsberg y todos esos adeptos a la vida en el filo, antes de que la cultura de masas absorbiera y frivolizara su legado, habían encontrado uno en la San Francisco de los años 50. Y aunque hoy sean objeto de una cierta explotación comercial que sin duda disgustaría a aquellos jóvenes airados, sus huellas siguen pudiéndose rastrear en la zona de North Beach de la “ciudad con esposas de oro, de la que se perdió la llave”, como hermosamente la describió John Steinbeck.

Los peregrinos que resiguen las pistas dejadas por Kerouac en obras comoDharma Bums pueden comenzar su senda en el 29 de Russell Street, donde vivió el gran escritor drogadicto, para luego acercarse a la City Lights Bookstore, el cenáculo propiedad de Lawrence Ferlinghetti donde se editaron y difundieron muchas de aquellas ideas contestatarias. Y pese a que hoy puedan encontrarse todo tipo de libros, su segunda planta sigue custodiando en sus estanterías el arsenal beat por antonomasia.
Por la noche, esas conversaciones seguían muy cerca de allí, en el 255 de Columbus Street, en un café cuyo nombre ya es fama: el Vesuvio. Allí tuvieron los beatniks –como despectivamente fueron llamados- su cuartel general. Es dudoso que hoy escogieran el mismo emplazamiento y que pudiesen aderezar sus veladas con estupefacientes como entonces. Para puristas y detractores el Vesuvio tiene una desafortunada vertiente de parque temático beat. Sin embargo, merece la pena asomarse a percibir ni que sea los fantasmas del pasado y contemplar la colección de recuerdos, obras de arte y artículos que llevan su impronta.

Y ya es más de lo que puede hacerse con locales canallas como el Club Finnocchio, hoy cerrado, o el Hungry, reconvertido en bar de striptease y en su día también transitado por los noctámbulos más irredentos.

Porque quizás lo más esencial, dinámico y vivo de la Generación Beat ya pertenezca a un pasado clausurado, confinado a los museos. El Beat Museum del 540 de Broadway así vendría a confirmarlo. Y su coda de la década siguiente en forma de hippismo, excesos psicotrópicos y veranos del amor ya tenía unos perfiles muy distintos. Pero su estela e inspiración aun sigue moviendo a muchos visitantes que, quien sabe, cualquier día podrían encender de sus rescoldos una nueva llama de insurrección. La respuesta, amigos, sopla en el viento.

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