El jardín de los arcanos

El surrealismo quiso llevar la lógica de los sueños a la vigilia, su fiebre de asociaciones oníricas, sus espejismos y deformaciones, sus libérrimas formas, su realidad más acuciante y real que la realidad misma. Y por eso se expresó mediante símbolos de lo irracional, lo alucinatorio, lo fantástico. El tarot, esa baraja alquímica, con sus misteriosos personajes y sus alegorías, no podía dejar de llamar la atención de aquella banda de brillantes subversivos que fueron Breton, Eluard, Buñuel y compañía.

Algo de ese espíritu iconoclasta y fabulador, de surrealismo tardío, hay en la obra de la artista francoamericana Niki de Saint Phalle. Cultivo la pintura, la escultura, la escenografía y un arte romántico que le permitió combinar todas esas disciplinas en una obra viva por la que pasaría a la posteridad: la creación de un jardín.
Ya en su madurez creativa, Niki quedó deslumbrada por el Park Güell, ese ensueño urbanístico del arquitecto catalán Antoni Gaudí, y después se adentró en las misteriosas sendas del jardín de Bomarzo. Entonces tuvo la certeza de que estaba llamada a emular a aquel par de excéntricos geniales. Adquirió unos terrenos rústicos en Garavicchio, al sur de la Toscana y se puso manos a la obra.

Recuperó entonces aquella vieja fuente de inspiración: los 22 naipes que conforman los arcanos mayores del Tarot: la torre hendida por el rayo, la papisa, el emperador, el mago, el diablo, la muerte… Durante 20 años dedicó a ese empeño sus esfuerzos, hasta que en 1998 abrió sus verjas al público. Esculpidas con un ojo medieval, empapadas de una tosquedad elemental y primitiva, las estatuas del Jardín del Tarot  son grandes armazones de acero, cemento y cerámica, a cuya creación contribuyeron Jean Tinguely, amigo de Niki y discípulo de Dalí, el artista holandés Doc Winsen y muchos otros que Saint Phalle fue reclutando hasta conseguir dar al espacio el aire de “jardín de la alegría” que andaba buscando.

Un jardín en el que errar y perderse, en el que buscar refugio y sentarse al fresco de las fuentes que contienen aguas sagradas y bajo la custodia de esas figuras tutelares y desafiantes que lo pueblan. Sin ruta prefijada, sin salida y sin entrada, porque como la misma Saint Phalle pretendía, en el jardín de los arcanos cada uno de encontrar su propio camino.

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